martes, 23 de febrero de 2010

Representación



Era ridículo el temblor del último minuto, no podía vencer éste a tantas horas de trabajo. Las luces aún no la iluminaban y en la sala se oían voces que se preparaban para el silencio, papeles de caramelos estrujados,… Al salir, los aplausos. Sus primeros aplausos que en vez de animarla la envolvieron en una nube de sensaciones extrañas. Comenzó a interpretar maquinalmente dentro de ese ensueño de focos y silencio roto por los progresivos sonidos que salían del piano; luego, al fin logró formar un solo cuerpo con la música.
Era una mano larga, pálida y delgada, con cinco ligeros bailarines que en el teclado hacían su primera representación. Al principio tímidamente, pero su juventud acabó imponiéndose y a lo estético de su movimiento de academia se unió una energía vitalizante. Era maravilloso ver, y oír, y sentir con todo el cuerpo la perfecta armonía de los cinco dedos con el teclado. A veces uno saltaba y los demás esperaban su vuelta y otras, cuando la composición llegaba a su cima, estaban los cinco, con sus cinco movimientos, acordes. El hechizo llegaba a Todos, la nube cubría la sala.
Así, cuando uno de los dedos cayó y los demás abandonaron la obra para levantarlo, esa nube, el encanto que rodeaba a Todos se fue dejando un vacío que nadie se atrevía a llenar. Sólo la mano entendía, la iba invadiendo un nerviosismo que ella transformó en excitados, magníficos movimientos sobre las teclas. Improvisaba una danza extraña, del piano salían voces cautivadas. Todos los sentidos daban desordenados sus cortos informes por la excitación de querer pertenecer a aquel momento único.
Después, una paz serena se apoderó de la mano. Los frenéticos aplausos de Todos llenaban el espacio, pero tras una tranquila barrera ella permanecía en el recuerdo de la ilusión pasada. Para Todos era una gran artista, ella se sentía renacer viendo claro el motivo de su existencia.




Vivía para el piano porque sólo ella podía hacerle sentir. No tenía derecho a callar la voz de un ser hasta entonces mudo y que ahora quería expresar todo su silencio en un instante. No podía ocultar la música que salía de la perfecta unión de los cinco dedos en el teclado y tenía poco tiempo; las manos envejecen y pierden su fuerza pronto.
Para Todos se equivocaba, había elegido una vida vacía, una pérdida de tiempo y de talento, pero ella se sentía completa. Palabra a palabra su unión con el piano fue mayor; ella prestaba la fuerza y la expresión, él daba su voz. Había días en que uno frente al otro se decían simplezas, hablaban de la lluvia, de una nota desafinada,…A veces entablaban fenomenales conversaciones sinfónicas sobre filosofía, política, religión, la armonía de un acorde, el sonido de una nota.
Recuerdo una mañana en que la mano, muy inspirada, hablaba con el piano recién afinado. El baile empezó suavemente, pero con la sucesión de sonidos, de minutos, fue cobrando intensidad. La música subía, bajaba, se paraba de pronto para empezar siempre suavemente y acabar en la mayor culminación del poema. El espectáculo visual era tan bello e insólito como lo que se escuchaba, una completa armonía de movimientos entre los cinco, expertos ya.
Pocos tuvimos la suerte de asistir a aquel concierto que, interpretado en un famoso teatro, habría sido un hito por su alta calidad. Digo pocos porque sólo estábamos en la habitación los de siempre: el armario que guardaba las obras, obras de la mano que yo copiaba en la oscuridad y que estaban siempre calladas, el polvo del piano, la luz de la ventana, la sombra de los rincones más apartados y la estufa que, luchando con el frío, nunca conseguía vencer. También las paredes escuchaban, y las grandes cortinas de la ventana cuando no dormían plegadas en una esquina. Hace poco supe que más allá de nuestras paredes también había oídos intentando escuchar algo de lo que ocurría en nuestro cuarto. Finalmente, las duras e indiferentes herramientas que alguna vez afinaban las cuerdas del piano y yo, la escritora siempre sentada junto al armario donde guardaba las obras copiadas ilegalmente con la ayuda del piano. Éste me ayudaba por amor, decía, y sé que por vanidad. Le gustaba pensar que Todos descubrirían alguna vez la música creada con sus sonidos.




La vida había pasado tranquila. Íbamos envejeciendo. La mano, más encerrada en sí misma, veía cerca su muerte y pensaba mucho en su vida pasada. Menos impulsiva, tendía constantemente hacia las teclas izquierdas del ya no tan blanco teclado. El piano también estaba más viejo, su agilidad era un recuerdo, los dedos necesitaban una fuerza perdida para empujar penosamente las teclas.
El armario estaba lleno y los papeles se amontonaban en algunos rincones, las obras más antiguas estaban amarillentas y olían fuertemente al polvo que no cabía en la tapa del piano. La luz era débil y la sombra aumentaba invadiéndolo todo; ya rozaba la madera negra provocando una extraña visión, el piano era un manto que cubría gran parte de nuestro cuarto. Las herramientas, por ser fuertes y prácticas, conservaban su juventud. Yo sí estaba más vieja, cansada de escribir, de observar un mundo tan cerrado. Demasiado cansada para salir y añadirme a Todos.



Ahora ya todo ha terminado. La mano ha muerto cerrando el piano. El polvo ha aumentado y los papeles apilados por los rincones están más amarillentos aún. Las cortinas son, desde hace tiempo, un montón de trapos en la sombra y las paredes no se distinguen bien. Los oídos siguen intentando escuchar desesperanzados lo que no van a volver a oír. Y yo, puedo por fin cerrar la ventana, los ojos, y descansar.

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