jueves, 15 de junio de 2017

Mala mar (relato)














MALA MAR


Moussa vaga entre chalets de verano, vacíos ahora que el invierno es intenso y la humedad los hace inhabitables. Un macuto le pesa colgado del hombro. No sabe qué hacer, ni dónde ir. Aún no hay trabajo en las fresas y no quiere malvivir entre cobertizos de plástico, donde se hacinan cientos de hombres sin esperanza.
El mar a su derecha es gris y amenazador. Un viento rabioso empuja las nubes que avanzan anunciando tormenta. Una mujer vieja aparece de pronto. Camina con dificultad cargando una bolsa de supermercado. Él mira su espalda encorvada, las greñas canosas que se revuelven con el vendaval. Entonces parece que desfallece, suelta la bolsa que cae desparramándose latas y alguna fruta por el asfalto. Moussa acelera el paso para sujetarla antes de que se derrumbe. Pero cuando agarra sus brazos ella se vuelve sonriente. Él no entiende su mirar alegre, ni la risa desdentada que sale de su boca.

-Sabía que vendrías- dice ella.

Él la suelta callado.

-Anda muchacho, ayúdame con la bolsa. Mi casa está ahí mismo.

Él obedece. Recoge los objetos caídos y sigue a la mujer que camina delante de él. Entra en un chalet tan viejo como ella que parece anclado en medio del mar, tan cerca está. Fuera, apenas unos troncos de leña y algunas plantas secas. Dentro una cocina desordenada, pero está caliente y eso fortalece su ánimo.

-Perdona señora. Yo tengo que irme.

-Ahora no. Primero come algo y acércate a la estufa.

Empujándolo con decisión lo hace pasar al salón, mientras ella vuelve a la cocina. El salón es amplio y caótico. Al fondo un ventanal de hierro y cristal deja ver las olas que amenazan con sacudir los muros de la casa. Las olas. Las mismas que hundieron la barcaza neumática que lo traía desde África junto a tantos otros. Esas olas que ahogaron a muchos y a él lo empujaron hacia la costa cercana. Acercándose Moussa golpea con rabia el ventanal.

-Anda, ven.- dice la señora tras él- Come. Papas con chocos.

Ella acerca a la mesa una butaca de madera donde hace que Moussa se siente. Éste sopla las cucharadas del guiso que humea, está rico y el calor lo reconforta. Enseguida comienza a sentir que el sueño lo vence, pronto duerme con la cabeza caída sobre su pecho.

Al despertar, aturdido, se sorprende cuando comprueba que no puede moverse. Tiene las muñecas y los tobillos atados a la butaca que resiste imperturbable sus arremetidas.

-¡Señora... Señora, joder... qué pasa!

-Pero muchacho, la que estás liando - dice ella entrando en el salón con expresión maternal - ¡Con lo grande que eres!

-¡Suéltame! ¡Quiero irme!

-¿Ves? Quieres irte... claro. Por eso las cuerdas. - sonríe con dulzura.

-Estás loca, señora.- y gritando – ¡Por favor, por Dios... ayuda!

-Tienes que escucharme, luego te soltaré.

-¡Señora, por favor,...!

-Tengo que salir – dice ella poniéndose el abrigo – así cuando vuelva estarás más tranquilo.

Moussa forcejea pero sólo consigue apretar más los nudos. Las manos las tiene hinchadas y va perdiendo las fuerzas. Cuando calla se oye el viento, el mar, el crepitar de la leña en la estufa.

-¡Qué frío hace! - dice la mujer entrando de nuevo- ¿Estás mejor?

-Quiero que me sueltes.

.¡Pero qué perra has cogido! Ya te he dicho que eso no puede ser. Primero me escuchas, luego podrás irte si quieres.

Ella le acerca un vaso de agua a los labios, pero él no bebe. Luego saca un pañuelo de su bolsillo, le seca las lágrimas y le limpia la nariz. Él sacude la cabeza molesto, la agacha y permanece en silencio. La señora se sienta a su lado

-¿Qué, te gusta la casa?- pregunta animada- Con mis padres vivíamos aquí sólo en verano, a mi madre le asustaba el mar. Y eso te dejan los que se van... las manías.

Se levanta, se acerca al ventanal.

Qué bien estábamos..., hasta aquel maldito día. Luego, ya no tuve más ganas de vivir. Desde entonces sólo queda esperar que éste haga su trabajo- dice señalando al mar gris- ¿Lo ves? Ahí sigue. Un día de mala mar abre la boca y me traga,... aunque se está haciendo de rogar el desgraciado.

Abandona el ventanal y se acerca a Moussa que sigue en silencio.

-Dirás que por qué no me eché a la vía, o por qué no me envenené con lo bien que se me dan las malas hierbas.- respira tranquila, parece pensar qué decir.- Fue por el miedo. A todo, desde chica. Y aquí sigo, sola, con el miedo y con los años. Por eso... si tú te quedaras...

Animada saca de un cajón una cartilla de banco raída. Se la acerca al muchacho que vuelve la cara.

-¡Pero mírala, hombre! Tengo dinero para los dos... hasta que llegue la ola... y más. Total, ¿qué tienes tú que hacer más que trabajar? ¿No será mejor aguantar a una vieja loca? Mira..., yo sé que soy rara, pero no soy mala.

Moussa levanta la cabeza más tranquilo.

-Señora, por favor, suéltame. Te prometo que no me voy, yo te escucho, suéltame. Mira... las manos... necesito el servicio...

-Espera un poco. Me gustaría soltarte, pero hay que esperar... Ahora cuéntame, ¿de dónde vienes?- ella sonríe comprensiva. Él calla.- Pues te lo cuento yo. Vienes de más allá del mar. Los he visto llegar,...tiritando de frío y de espanto. Yo sé que allí se vive sin nada, y se muere lo mismo, sin nada... por eso viniste, para tener algo... pero aquí tampoco hay nada ¿verdad hijo?

Moussa la mira.

-Allí tendrás a una muchacha que te quiera, siendo tan buen mozo...

Entonces él, con voz muy baja, comienza a hablar.

-Amina..., se llama. La dejo hace pa dos años. Llora... y mi madre. Saben que muchos mueren,... pero yo tengo suerte.

-¿Y tú cómo te llamas hijo?

-Moussa.

-Bien, Moussa.

La mujer calla. Después, lentamente, se inclina hacia el muchacho y parece que va a besarlo, pero sólo deshace los nudos. No tiene más que tirar de un cabo. Más tarde se dirige al ventanal y hace que mira el mar, a pesar de la oscuridad.

 El muchacho se levanta. La mira y no hace nada. Despacio, frotándose las muñecas enrojecidas, coge su chamarra y sale de la casa.

 Suena el viento, el mar, el crepitar de la leña...

Entonces,...unos golpes en el ventanal.

Ella alarmada da un paso atrás. Luego ríe, y su risa es amplia, alegre, llena de esperanza.

También ríe Moussa cuando entra con los brazos repletos de leña.

4 comentarios:

  1. Hola, Pina.
    Buen relato que no anuncia su final.

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    1. Muchas gracias prima. Hasta hoy no he visto tu comentario, perdona. Qué alegría que te guste el relato. Un beso grande

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  2. Muy bonito, me gusta y real.Voy a leer lo que has puesto en este blog.

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  3. Ana, perdona. Casi dos años después veo tu comentario. Muchas gracias por leerme. Me alegro mucho de que te guste. En estos días de encierro estoy compartiendo en FB estos relatos medio olvidados, por eso he vuelto por aquí. Espero que estés bien. Un abrazo muy fuerte

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