jueves, 10 de diciembre de 2009

Juana en el huerto



Juana está en el huerto desde hace rato, como cada tarde ahora que es verano y el sol caldea el aire. Se acerca a saltitos hasta la alberca para ver si encuentra ranas, porque hoy su madre la ha castigado sin baño.
-¡Juanita! ¡Que te he dicho que no hay baño! No me enfades; mira que el verano es largo y no tengo ganas de lucha.
-No voy a bañarme, mamá, sólo busco ranas.
-Sí, ranas ¡Como si no te conociera! Demonio de niña…
La madre de Juana se llama Manuela y es una mujer grande y de genio encendido. Trabaja en el huerto con su marido, Eugenio, que se quedó cojo de chico al caerse de una mula y arrastra una pierna que dicen que es de palo. Juana tiene dos hermanos, uno Geni y el otro Manolo, pero no son como ella, les gusta estar en la casa leyendo cuentos y viendo dibujos en la tele. Sin embargo Juana es de campo, prefiere subirse a los árboles y a los tejados, buscar lagartijas y jugar con su perro Terrible.
-Ven Terri, ayúdame a encontrarlas que mira lo bien que se esconden. En cuanto me alejo se ponen a cantar, y se ríen de mí. Mira aquí…, mira allí…
- Grrr….- Terrible con el hocico parece que ha encontrado el sitio.
- ¡El bote, el bote, Terri!- Juana se inclina sobre el borde de la alberca con tantas ganas que acaba cayendo al agua con un chapuzón de campeonato- ¡Ay, mi madre, que de esta no me libro!
La carita remojada de la niña asoma entre las hojas verdes de un helecho. El pelo negro y lacio, pegado a sus orejas, le da un aspecto raro, los ojos oscuros tan abiertos como dos flores, la boca roja y asustada.
- Parece que mamá no se ha enterado, Terri. Voy a la casa sin que me vea y me cambio de ropa- cuchichea al perro con mucho misterio.
Juana saca una pierna por el borde, el zapato chorrea agua y cuando se apoya en el suelo suena un ¡chaff! Luego la otra pierna ¡Pobre traje de lunares! El que más le gusta y está hecho una pena. Comienza a andar con sigilo hacia la casa, pero los chaff y chuff la siguen por el camino de piedra. Decide quitarse los zapatos y, al poner los pies en las losas calientes por el sol, tiene que dar un salto y taparse la boca con las dos manos para no gritar de dolor.
-¡Que me quemo, Terri!- susurra con la cara encogida.
Agazapada detrás de una celinda cuajada de flores blancas, decide pensar qué hacer. Para tener ocho años es alta y espabilada, casi tanto como su hermano Manolo, y eso que éste le lleva dos años. Manolo, sí, eso es, Manolo. Su hermano la ayudaría si supiera cómo llegar a él. Estará en su cuarto, durmiendo la siesta con un Mortadelo. La ventana está cerca, sólo tiene que saltar el escalón de la tomatera, meterse entre los pimientos y las berenjenas y no resbalarse en el barro, que su padre ha regado esa mañana
-Terri, tú quieto que ahora vengo.
-¡ummmm!- el perrillo no se queda muy conforme.
Juana, con paso sigiloso, se coloca en el filo del bancal de tomates. Es bastante alto, pero si va con cuidado seguro que consigue saltar entre los pimientos sin que se noten sus pisadas. El suelo está mojado y el agua ha reblandecido la tierra, por eso, cuando adelanta el pie derecho lista para saltar, el izquierdo se hunde en el barro y hace caer a la niña de cuerpo entero sobre las sandías espachurrando dos o tres de buen tamaño.
-¡Ayyy, ay, Terri! ¡Mi padre! ¡Ay cuando lo sepa mi padre!- se lamenta Juana mientras se limpia las pepitas que tiene en la cabeza.
Terrible, al ver a su amiga tan desamparada, salta sobre ella lamiéndole la cara.
-¡Para ya, Terri! No seas pesado. A ver cómo arreglamos esto antes de que se acabe la siesta.
Juana y Terrible se miran muy pensativos.
-¡Ya sé! Debajo del palomar Papá guarda las sandías que están maduras. Si traigo tres y limpio esto, ni se entera. Luego buscaré a Manolo.
El palomar no está lejos pero, si no quiere que desde las ventanas de la casa la descubran, tendrá que sortear los rosales de su madre, y eso no es poca cosa. Además, como está tan pegajosa como un caramelo, unas hormigas que rebuscan entre las azucenas confunden a la niña con un tarro de mermelada y acuden a ella llamando a sus compañeras.
-¡Ehhh!¡Festín!- parecen decir.
Pronto la pobre Juana parece un conguito de tanta hormiga. Los bichitos negros suben por sus piernas, se meten entre la ropa, le salen por el escote y al final, llegan a la cima de su cabeza pinchándole en la coronilla la bandera de país conquistado.
-¡Iros de aquí! ¡Fuera!
Juana se retuerce, salta, sopla, se frota y hasta se revuelca por el suelo. Terrible, asustado de tanto baile, ladra sin saber qué hacer: o se come a las hormigas, o se come a su amiga a ver si así se está quieta. Las abejas que revolotean entre las rosas acuden al jaleo y confunden a Juanita con una inmensa sandía madura. Las palomas imaginan arvejones entre las manos de la niña y, posándose en sus brazos, picotean hormigas, abejas, pipas de sandía, pelos pegajosos de Juana y hasta restos de barro reseco.
-¡Mamáaaaa! ¡Socorrooo, auxiliooo!- grita la pequeña mientras corre despavorida a la alberca y se lanza en plancha al agua fresquita.
-¡Demonio de niña! Pero ¿Qué te he dicho? Hoy no hay baño- Manuela sale de la casa asustada por los gritos de su hija. Con los brazos en jarra se planta junto a la alberca- ¡Sal inmediatamente! ¿Será posible? No te has quitado ni la ropa.
Juana, con carita de no haber roto un plato, sale de la alberca como un pollo remojado. Su madre la agarra de la mano y la lleva hacia la casa.
- ¡Venga! que hoy no sales más. Hoy como tus hermanos, a ver la tele y a leer cuentos que falta te hace.
Juana va muy callada y parece triste ¿Estará arrepentida? De pronto, con una gran sonrisa, guiña un ojo a Terrible y parece decirle: ¡Qué alivio, Terri! Espérame que dentro de un ratito estoy otra vez contigo.

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