CAPITULO I
En el campo que rodea a mi pueblo hay una encina a la
que llamamos “Gitana”. Es un árbol grande, de tronco grueso y
copa amplia, sus hojas tienen un verde casi negro, pero en primavera
se llena de florecitas amarillentas que le dan un aspecto más
ligero. El pie de su tronco retorcido, cuajado de cicatrices, se abre
en una cueva donde dicen que una gitana murió hace mucho al parir a
su hijo, y allí, dicen, quedó su alma entremetida. Estos árboles
viejos tienen el poder de atraer a las almas perdidas, de
acurrucarlas entre sus raíces y sus hojas para siempre. Y dicen que
al hijo recién parido lo recogió un pastor que lo cristianó y
cuidó de él. Antonio como su padre, Nono, lo llamó. Era un niño
morenito y guapo, con ojos negros tan grandes que de chico parecían
salirse de sus órbitas. El pelo le caía tieso en un flequillo que
se le colaba entre las pestañas y lo hacía llorar, y es que el
pastor no estaba en esas cosas del aseo, del orden en el vestir y el
peinar.
Nono quiso a Gitana desde bien chico, porque con su
padre llevaba a menudo a pastar las ovejas al llano que la rodeaba, y
pronto descubrió los cariños de su madre entre las ramas de la
encina. Primero fue su voz, esa que Nono distinguía en el viento que
silbaba desde su copa, cantos dulces, palabras de amor. Más tarde la
madre pudo acariciar su pelo desordenado alargando los brotes más
tiernos de sus ramas bajas.
La vida de Nono era feliz. Vivía entre animales en la
casilla del campo que su padre había aviado después de que el chozo
le saliera ardiendo por un mal rayo. Ranas, lagartijas, panales de
abejas y hormigueros; gusanos, ratones, cinco gatos, conejos y
pájaros de muy diversos tamaños y colores. Las ovejas que no se
diferenciaban mucho unas de otras, y los mastines. Tarugo y Leona.
Los perros de su tierra eran fuertes, tranquilos y tan grandes que
impresionaban con sólo mirarlos.
También estaban los perdigones de reclamo que su
padre cuidaba a un amigo cazador. Había que sacarlos al sol en
aquellas jaulas en las que apenas cabían, en invierno no podían
salir por el frío y los alimentaban con bellotas picadas que cada
noche el pastor, terminadas las faenas del día, cortaba delante del
fuego con una navaja bien afilada que era la envidia del niño.
Pero de todos los animales que con Nono vivían, el
preferido era sin duda su burro Genaro. Se lo habían dejado los
Reyes Magos de pollino, cuando el niño apenas contaba los cuatro
años, y juntos crecieron.
-¡Mi Nono qué bueno dormía aquella noche!- relataba
el pastor a sus amigos una y otra vez- ¡Meca! ¡Si lo hubierais
visto al caer la tarde correr por los montes para la casa!, porque yo
ya había visto el relumbre de las antorchas de la cabalgata, y había
sentido el ruido de los camellos por el cerro de Cabezaquemá. ¡Que
no te pueden ver Antoñín! ¡Que si te ven no te dejan na! El pobre
mío corría que se las pelaba monte arriba resollando. ¡Que herejía
de hijo! ¡Cómo llegó a la casa y se acostó sin cenar con el
hambre que arrastraba!. También me acosté yo no fuera a ser que los
Reyes pasaran de largo al sentir ruido en la casa.
- ¿Pues qué habíais pedido, José? – preguntaban
divertidos los otros.
- Nunca hemos tenido costumbre de
pedir na, pero ya de mañana me despertó mi chiquillo como una bala.
“¿Dónde vas tan temprano?” le dije “¡Padre, venga,
levántate! ¡Vamos a ver lo que hay en la candela!”. Su cara me
espabiló corriendo y, ¡co!, me dio contento pa mucho tiempo. Pero
en la candela no había na. ¡Meca! Entonces oímos un rebuzno
colándose por la ventana que estaba abierta y nos plantamos los dos
en la puerta. Allí, en el umbral, había un burrino poco más alto
que mi zagal. ¡Jo, qué bonito era! Mi Nono lo llamó Genaro porque
se parecía a un amigo del pueblo, y a mí me vino bien el nombre.
Genaro era un burrito gris, de pelo suave y ojos
grandes como Nono. Movía la cabeza reconociendo al niño igual que
éste daba vueltas a su alrededor saltando de alegría. Esa misma
tarde, Nono y Genaro visitaron a Gitana. Ella reía, agitaba sin
parar sus ramas de las que caía una lluvia de bellotas, porque era
época de montanera. Así, el niño acabó dormido en el regazo de su
madre mientras Genaro se zampaba las bellotas dulces que la encina le
iba regalando.
El
pueblo era la mitad del mundo de Nono. Era un pueblo más bien
pequeño, muy blanco de cal, con una sola iglesia, una plaza y un
mercado. El ayuntamiento con geranios en su balcón y la escuela
dentro del patio. Parque no tenía, no hacía falta, el campo lo
tenían sus habitantes a un tiro de piedra. Un campo de huertas
cercanas, de pozos rebosantes y albercas que se nutrían de las aguas
subterráneas de una ribera que en verano desaparecía de la vista.
Un poco más allá, la dehesa con sus lomas de encinas, sus paredes
de piedra y sus animales tranquilos.
En el pueblo tenía Nono a la señorita Raimunda, la maestra, con la que el pastor no
podía ocultar sus ganas de amistad. Era alta, rubia y flaca como el
galgo del tío Laurel y se reía con las gracias del pastor sin dejar
nunca claro qué sentía por él.
La Seño, como la llamaban los niños, llevaba a Nono a
la feria cuando era tiempo y el pueblo se llenaba de kioscos de
turrones y luces de colores. Los cochecitos eléctricos dando vueltas
o las barcas que se balanceaban no eran del gusto de la maestra, ella
prefería la tómbola y discutía con el dueño si no conseguía un
premio para el niño.
-¡Pero bueno, hombre! ¿Vas a dejar sin juguete al
muchacho?- preguntaba con autoridad. - ¿No se te cae el alma? ¡Con
el dineral que llevo gastado! ¡Que no! ¡Que no me voy sin un
regalo! ¿Ese? ¿ Y porqué no éste otro que le gusta más al zagal?
Al final siempre conseguía lo que quería por mucho
que el tombolero refunfuñara hasta perderla de vista.
-¡Qué mujer! ¡Todos los años igual! ¡Pa el año
que viene, cuando la vea que se acerca cierro el puesto! ¡Como me
llamo Rafael que lo hago!...
En esos días la Seño también llevaba a Nono a comer
chocolate con churros o pinchitos morunos en el kiosco del marinero.
El hombre había sido en su juventud pirata en los Mares del Sur y
lucía con orgullo sus tatuajes con el pecho desnudo.
-Estando yo en la isla de Tantontiki, la de los
piratas malditos, se me presentó la ocasión de buscar un galeón
perdido. Tesoros de oro y piedras preciosas me esperaban en el fondo
del mar,...- contaba a voz en grito y le encantaba que se le llenara
el kiosko de gente con un repentino hambre de pinchitos picantes.
Así supo Nono que existía el mar, otros países,
otra gente, otras maneras de hablar. Y así supo que algún día
conocería todo aquello viajando por el mundo y durmiendo bajo las
estrellas.
El marinero tenía un barco gigante tatuado en el
pecho, rodeado de un mar enfurecido, de gaviotas locas volando por
encima de sus velas. Ponía el marinero sus manos unidas bajo el
barco y con un movimiento de músculos que sólo él sabía hacer,
empezaba lentamente a navegar. Nono entonces creía sentir las gotas
de mar en su cara y el viento frío pegándose a su piel mojada.
Ay Pina! qué historia tan sencilla y bella. Gracias amiga
ResponderEliminarAy Carmen. Mil gracias preciosa amiga. Es una alegría que te guste.
Eliminar¡Buenas noches, Pina Jaraquemada!
ResponderEliminarEstoy leyendo, de tu blog, “La Encina Gitana” y me está gustando cantidad.
Soy Juan-Lucío Carbonero Calero, de Villanueva de Córdoba, sita en el corazón de la dehesa de Los Pedroches, el más extenso manto de encinas de la península y, por tanto, del mundo.
Durante más de siete años estuve prestando mis servicios al pueblo de Bienvenida como jefe de Correos y de Telégrafos de dicha localidad.
Celebro tu conocimiento y el uso que haces del vocabulario rural; así como los nombres de los personajes de tu publicación, a los que sin mayor dificultad se le pueden añadir apellidos.
Mi vinculación con Bienvenida, mi pertenencia al Valle de los Pedroches y el tema de tu relato “La Encina Gitana” me lleva a felicitarte y darte mi enhorabuena.
Afectuosos saludos.
Oh Juan Lucío, perdona de corazón. Acabo de leer este comentario tan bonito. Muchísimas gracias. No hay nada mejor que vivir rodeado de encinas, seguro que tu campo cordobés es una maravilla. Y que hayas pasado tanto tiempo en Bienvenida,mi pueblo...
EliminarMuy contenta por leerte y encantada de tenerte por aquí. Estás en tu casa.
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