martes, 28 de abril de 2020

LA ENCINA GITANA Primer capítulo


CAPITULO I


En el campo que rodea a mi pueblo hay una encina a la que llamamos “Gitana”. Es un árbol grande, de tronco grueso y copa amplia, sus hojas tienen un verde casi negro, pero en primavera se llena de florecitas amarillentas que le dan un aspecto más ligero. El pie de su tronco retorcido, cuajado de cicatrices, se abre en una cueva donde dicen que una gitana murió hace mucho al parir a su hijo, y allí, dicen, quedó su alma entremetida. Estos árboles viejos tienen el poder de atraer a las almas perdidas, de acurrucarlas entre sus raíces y sus hojas para siempre. Y dicen que al hijo recién parido lo recogió un pastor que lo cristianó y cuidó de él. Antonio como su padre, Nono, lo llamó. Era un niño morenito y guapo, con ojos negros tan grandes que de chico parecían salirse de sus órbitas. El pelo le caía tieso en un flequillo que se le colaba entre las pestañas y lo hacía llorar, y es que el pastor no estaba en esas cosas del aseo, del orden en el vestir y el peinar.
Nono quiso a Gitana desde bien chico, porque con su padre llevaba a menudo a pastar las ovejas al llano que la rodeaba, y pronto descubrió los cariños de su madre entre las ramas de la encina. Primero fue su voz, esa que Nono distinguía en el viento que silbaba desde su copa, cantos dulces, palabras de amor. Más tarde la madre pudo acariciar su pelo desordenado alargando los brotes más tiernos de sus ramas bajas.
La vida de Nono era feliz. Vivía entre animales en la casilla del campo que su padre había aviado después de que el chozo le saliera ardiendo por un mal rayo. Ranas, lagartijas, panales de abejas y hormigueros; gusanos, ratones, cinco gatos, conejos y pájaros de muy diversos tamaños y colores. Las ovejas que no se diferenciaban mucho unas de otras, y los mastines. Tarugo y Leona. Los perros de su tierra eran fuertes, tranquilos y tan grandes que impresionaban con sólo mirarlos.
También estaban los perdigones de reclamo que su padre cuidaba a un amigo cazador. Había que sacarlos al sol en aquellas jaulas en las que apenas cabían, en invierno no podían salir por el frío y los alimentaban con bellotas picadas que cada noche el pastor, terminadas las faenas del día, cortaba delante del fuego con una navaja bien afilada que era la envidia del niño.
Pero de todos los animales que con Nono vivían, el preferido era sin duda su burro Genaro. Se lo habían dejado los Reyes Magos de pollino, cuando el niño apenas contaba los cuatro años, y juntos crecieron.
-¡Mi Nono qué bueno dormía aquella noche!- relataba el pastor a sus amigos una y otra vez- ¡Meca! ¡Si lo hubierais visto al caer la tarde correr por los montes para la casa!, porque yo ya había visto el relumbre de las antorchas de la cabalgata, y había sentido el ruido de los camellos por el cerro de Cabezaquemá. ¡Que no te pueden ver Antoñín! ¡Que si te ven no te dejan na! El pobre mío corría que se las pelaba monte arriba resollando. ¡Que herejía de hijo! ¡Cómo llegó a la casa y se acostó sin cenar con el hambre que arrastraba!. También me acosté yo no fuera a ser que los Reyes pasaran de largo al sentir ruido en la casa.
- ¿Pues qué habíais pedido, José? – preguntaban divertidos los otros.
- Nunca hemos tenido costumbre de pedir na, pero ya de mañana me despertó mi chiquillo como una bala. “¿Dónde vas tan temprano?” le dije “¡Padre, venga, levántate! ¡Vamos a ver lo que hay en la candela!”. Su cara me espabiló corriendo y, ¡co!, me dio contento pa mucho tiempo. Pero en la candela no había na. ¡Meca! Entonces oímos un rebuzno colándose por la ventana que estaba abierta y nos plantamos los dos en la puerta. Allí, en el umbral, había un burrino poco más alto que mi zagal. ¡Jo, qué bonito era! Mi Nono lo llamó Genaro porque se parecía a un amigo del pueblo, y a mí me vino bien el nombre.

Genaro era un burrito gris, de pelo suave y ojos grandes como Nono. Movía la cabeza reconociendo al niño igual que éste daba vueltas a su alrededor saltando de alegría. Esa misma tarde, Nono y Genaro visitaron a Gitana. Ella reía, agitaba sin parar sus ramas de las que caía una lluvia de bellotas, porque era época de montanera. Así, el niño acabó dormido en el regazo de su madre mientras Genaro se zampaba las bellotas dulces que la encina le iba regalando.


El pueblo era la mitad del mundo de Nono. Era un pueblo más bien pequeño, muy blanco de cal, con una sola iglesia, una plaza y un mercado. El ayuntamiento con geranios en su balcón y la escuela dentro del patio. Parque no tenía, no hacía falta, el campo lo tenían sus habitantes a un tiro de piedra. Un campo de huertas cercanas, de pozos rebosantes y albercas que se nutrían de las aguas subterráneas de una ribera que en verano desaparecía de la vista. Un poco más allá, la dehesa con sus lomas de encinas, sus paredes de piedra y sus animales tranquilos.
En el pueblo tenía Nono a la señorita Raimunda, la maestra, con la que el pastor no podía ocultar sus ganas de amistad. Era alta, rubia y flaca como el galgo del tío Laurel y se reía con las gracias del pastor sin dejar nunca claro qué sentía por él.
La Seño, como la llamaban los niños, llevaba a Nono a la feria cuando era tiempo y el pueblo se llenaba de kioscos de turrones y luces de colores. Los cochecitos eléctricos dando vueltas o las barcas que se balanceaban no eran del gusto de la maestra, ella prefería la tómbola y discutía con el dueño si no conseguía un premio para el niño.
-¡Pero bueno, hombre! ¿Vas a dejar sin juguete al muchacho?- preguntaba con autoridad. - ¿No se te cae el alma? ¡Con el dineral que llevo gastado! ¡Que no! ¡Que no me voy sin un regalo! ¿Ese? ¿ Y porqué no éste otro que le gusta más al zagal?
Al final siempre conseguía lo que quería por mucho que el tombolero refunfuñara hasta perderla de vista.
-¡Qué mujer! ¡Todos los años igual! ¡Pa el año que viene, cuando la vea que se acerca cierro el puesto! ¡Como me llamo Rafael que lo hago!...
En esos días la Seño también llevaba a Nono a comer chocolate con churros o pinchitos morunos en el kiosco del marinero. El hombre había sido en su juventud pirata en los Mares del Sur y lucía con orgullo sus tatuajes con el pecho desnudo.
-Estando yo en la isla de Tantontiki, la de los piratas malditos, se me presentó la ocasión de buscar un galeón perdido. Tesoros de oro y piedras preciosas me esperaban en el fondo del mar,...- contaba a voz en grito y le encantaba que se le llenara el kiosko de gente con un repentino hambre de pinchitos picantes.
Así supo Nono que existía el mar, otros países, otra gente, otras maneras de hablar. Y así supo que algún día conocería todo aquello viajando por el mundo y durmiendo bajo las estrellas.
El marinero tenía un barco gigante tatuado en el pecho, rodeado de un mar enfurecido, de gaviotas locas volando por encima de sus velas. Ponía el marinero sus manos unidas bajo el barco y con un movimiento de músculos que sólo él sabía hacer, empezaba lentamente a navegar. Nono entonces creía sentir las gotas de mar en su cara y el viento frío pegándose a su piel mojada.

5 comentarios:

  1. Ay Pina! qué historia tan sencilla y bella. Gracias amiga

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    1. Ay Carmen. Mil gracias preciosa amiga. Es una alegría que te guste.

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  2. ¡Buenas noches, Pina Jaraquemada!
    Estoy leyendo, de tu blog, “La Encina Gitana” y me está gustando cantidad.
    Soy Juan-Lucío Carbonero Calero, de Villanueva de Córdoba, sita en el corazón de la dehesa de Los Pedroches, el más extenso manto de encinas de la península y, por tanto, del mundo.
    Durante más de siete años estuve prestando mis servicios al pueblo de Bienvenida como jefe de Correos y de Telégrafos de dicha localidad.
    Celebro tu conocimiento y el uso que haces del vocabulario rural; así como los nombres de los personajes de tu publicación, a los que sin mayor dificultad se le pueden añadir apellidos.
    Mi vinculación con Bienvenida, mi pertenencia al Valle de los Pedroches y el tema de tu relato “La Encina Gitana” me lleva a felicitarte y darte mi enhorabuena.
    Afectuosos saludos.

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    1. Oh Juan Lucío, perdona de corazón. Acabo de leer este comentario tan bonito. Muchísimas gracias. No hay nada mejor que vivir rodeado de encinas, seguro que tu campo cordobés es una maravilla. Y que hayas pasado tanto tiempo en Bienvenida,mi pueblo...
      Muy contenta por leerte y encantada de tenerte por aquí. Estás en tu casa.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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