Aracena estaba bastante cerca de la casa de Maruja.
Siguiendo un camino que serpenteaba entre los árboles desembocaron
en un valle desde el que podían ver el castillo de la ciudad. Sus
murallas parecían una corona sobre la montaña mágica, porque era
en sus entrañas donde manaba aquel agua milagrosa que curaría a
Gitana.
En la entrada de la gruta, Nono y Genaro sintieron un
escalofrío, un viento helado salía del interior. Los cascos de las
pezuñas de Genaro resbalaban en el suelo húmedo produciendo un
ruido que resonaba en lo más profundo de la cueva, pero no iban a
tener ya miedo los dos amigos. Respirando hondo se adentraron en el
misterio sin más apoyo que unas luces suaves que marcaban el camino
a seguir.
-¡Mi madre, Genaro!- exclamó el niño mirando
extasiado las columnas blancas como de luz, las raras esculturas de
las que le había hablado Andrés el pastor.
Pasillos por los que pasaba Genaro a duras penas, se
abrían de pronto convirtiéndose en salones extraordinarios con
cúpulas brillantes y gotas de agua cayendo rítmicas, como relojes,
sobre montículos de piedra blanca. Tras varios salones, pasillos y
vericuetos, llegaron a un gran río de agua cristalina y a la fuente
que lo alimentaba. Salía el agua de la pared por rendijas invisibles
formando una cascada transparente que se deslizaba a lo largo de una
piedra con forma de seta. Nono cogió de las alforjas la garrafa que
cargaba Genaro y se dirigió, cuidando de no resbalar, hacia el borde
de la seta gigante. Tanto empeño puso en ello, que al final resbaló.
-¡Qué frío está esto!- consiguió decir después
del chapuzón.
Pero ya que estaba, disfrutó aquel baño a pesar del
agua fría, de la soledad y el silencio.
-Me acuerdo de los nuestros, burrino amigo- dijo a
Genaro al salir del agua en una de sus volteretas.
Cuando con la ropa empapada salieron de la gruta, se
dieron casi de bruces con un hombrecillo pelirrojo de orejas
puntiagudas que los miró muy enfadado.
-A ver si tenemos más cuidado, niño- les increpó con
genio.
A Nono le dio la risa cuando vio la pinta estrafalaria
del hombre. Una chaqueta roja le colgaba debajo de las rodillas como
si fuera un abrigo, no llevaba pantalón largo por lo que lucía unas
piernas canijas y llenas de pelos, con unos zapatones de deporte en
los pies. De los bolsillos de la chaqueta salían picos de pañuelos
de colorines y la cabeza la adornaba con un precioso sombrero de
copa.
-Perdone usted, buen hombre- se disculpó Nono sin
poder contener las carcajadas.
El hombre estaba tan, tan enfadado, que arremetió
contra el niño y el burro a mamporrazos y capones. Los dos amigos
intentaron escapar calle abajo, pero con la risa era imposible echar
a correr. El hombrecillo iba tras ellos moviendo la chaqueta como si
fuera a volar, y Nono reía más y más.
-¡Uy! Pare usted. Mire que los capones no duelen, que
lo que me mata es la barriga que de la risa se me ha encogido y está
dura como una piedra.- reía y suplicaba el pequeño mientras
procuraba cubrirse la cabeza con los brazos.
Genaro, que hasta ese momento había estado muy quieto,
decidió que era hora de entrar en acción. Se colocó en posición,
con las traseras en pompa, y lanzó sin piedad una tremenda coz a las
posaderas del buen hombre. Este, después de un vuelo que ya
quisieran para sí las gallinas de mi pueblo, aterrizó en el pilón
de una plaza vecina asustando con gran impresión a dos pobres mulas
que bebían tranquilamente después de una dura jornada de trabajo.
-¡ Ay, si ya me lo decía mi madre! “A los niños ni
te acerques, Casimiro, que sólo traen piojos y malos ratos”- gemía
con gran pesar el hombrecillo que por lo visto se llamaba Casimiro.-
“Mira, Casimiro que tú naciste ya grande para que yo no tuviera
cerca un niño” me decía. Porque nací tan grande que ya andaba y
tenía la misma cara de hoy, hasta con barba, que me afeité a la
media hora de venir al mundo. ¡Ay, madre, cuántas veces me lo
dijiste! “A los niños ni te acerques”.
-Perdóneme usted, Casimiro, que no ha sido mi
intención ofenderlo- se disculpaba Nono al ver la ropa sucia del
hombrecillo- Venga pa cá, que con agua del pozo lo dejo a usted más
limpio que...
-Anda, anda, cómo me
vas a ayudar tú que lo único que puedes darme son problemas. Yo no
me enfado, lo prometo, pero vete y déjame solo.- compungido, dando
sonoros sorbetones, salió Casimiro del pilón.
Nono empezó a alejarse, pero se sentía culpable y no
iba a dejar al pobre Casimiro a la buena de Dios. Dando la vuelta,
cogió el cubo del brocal, lo lanzó al agua subiéndolo después con
fuerza ayudado por una carrucha oxidada. El agua clara del cubo debía
ser hielo, porque el desgraciado Casimiro se encogió como una
tortuga al sentirla corriendo de la cabeza a los pies. Nono no le dio
tiempo para reaccionar, otro cubo se vaciaba en la cabeza del
hombrecillo, y otro, y otro,... Cinco en total. ¡Pobre Casimiro!
Resignado se sentó en el suelo al sol para secarse.
-¿Ves qué limpio has quedado? Si no te echo el agua
la gente se hubiera burlado de ti, que olías mal aunque no sea
bonito decirlo- lo consolaba paternal Nono.
-Haz de mí lo que quieras, pequeño monstruo- le
respondió tranquilo- yo sólo buscaba la Fuente del Mundo y mira lo
que encontré: ”El pilón de las mulas”, total, lo mismo.
-¿La Fuente del Mundo? ¡Yo puedo ayudarte!- lo animó
Nono con ganas de congraciarse- Está dentro de la gruta de las
Maravillas. Genaro y yo venimos de coger su agua pa sanar a mi madre
enferma.
-No, pequeño tonto, esa no es la Fuente del Mundo- dijo aún compungido Casimiro limpiándose los mocos con la manga de
la chaqueta- ¡Eso creía yo! Del norte vengo buscándola. Un
curandero del pueblo, al que llaman Salomón, me ha mostrado el Libro
de las Mágicas Adivinanzas donde, referido a la fuente que buscamos,
dice:
“En el centro, en el fondo está
y sus aguas sutiles caerán
cuando un dolor o alegría
al corazón ese día
conmueva sin compasión.
De dos luceros luminosos
lluvia hechizada saldrá
y curará todo mal.”
Ahora el compungido era Nono. ¡No tenía aún el agua
milagrosa que curaría a Gitana! ¿Qué iba a hacer? ¿Dónde podría
ir?
-Casimiro, ¿Qué significa la adivinanza? porque yo no
la entiendo. Que si corazón, que si fondo, que si luceros,...¿Te
dijo algo más Salomón?- Preguntó sin esperanza el niño mientras
se sentaba junto al hombrecillo estrafalario.
-Nada. Sólo algo muy raro que tampoco entiendo: “Busca
al norte, busca al sur, allá donde el corazón se conmueva estará
la Fuente del Mundo”. Creo que volveré a mi tierra vasca, buscaré
en las montañas y en las playas, en los caseríos, en las cuevas y
en los bosques.¡Quiero encontrar ese agua que me haga niño por fin!
-¿Eso es lo que quieres? ¿Ser niño?- se asombró
Nono.
-¡Sí,sí! ¿De qué te extrañas?- Se enfadó de
nuevo el hombrecillo- Quiero sentir el cariño de unos padres que me
calmen cuando llore, que me arrullen antes de dormir...
A Nono le dio pena el pobre hombrecillo. Recordó el
cariño que él mismo había recibido de su padre, de Gitana, de la
Seño.
-Te deseo que encuentres cuanto antes la Fuente del Mundo, Casimiro. Genaro y yo iremos al sur, a buscar a los piratas de
los mares. Saben muchas cosas porque viajan por todos lados.
Se dieron la mano muy ceremoniosos. Casimiro, con su
chaqueta roja y la chistera bien colocada, cogió el camino del
norte. Nono y Genaro, el del sur.
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