domingo, 10 de mayo de 2020

LA ENCINA GITANA. Cuarto capítulo


Aracena estaba bastante cerca de la casa de Maruja. Siguiendo un camino que serpenteaba entre los árboles desembocaron en un valle desde el que podían ver el castillo de la ciudad. Sus murallas parecían una corona sobre la montaña mágica, porque era en sus entrañas donde manaba aquel agua milagrosa que curaría a Gitana.
En la entrada de la gruta, Nono y Genaro sintieron un escalofrío, un viento helado salía del interior. Los cascos de las pezuñas de Genaro resbalaban en el suelo húmedo produciendo un ruido que resonaba en lo más profundo de la cueva, pero no iban a tener ya miedo los dos amigos. Respirando hondo se adentraron en el misterio sin más apoyo que unas luces suaves que marcaban el camino a seguir.
-¡Mi madre, Genaro!- exclamó el niño mirando extasiado las columnas blancas como de luz, las raras esculturas de las que le había hablado Andrés el pastor.
Pasillos por los que pasaba Genaro a duras penas, se abrían de pronto convirtiéndose en salones extraordinarios con cúpulas brillantes y gotas de agua cayendo rítmicas, como relojes, sobre montículos de piedra blanca. Tras varios salones, pasillos y vericuetos, llegaron a un gran río de agua cristalina y a la fuente que lo alimentaba. Salía el agua de la pared por rendijas invisibles formando una cascada transparente que se deslizaba a lo largo de una piedra con forma de seta. Nono cogió de las alforjas la garrafa que cargaba Genaro y se dirigió, cuidando de no resbalar, hacia el borde de la seta gigante. Tanto empeño puso en ello, que al final resbaló.
-¡Qué frío está esto!- consiguió decir después del chapuzón.
Pero ya que estaba, disfrutó aquel baño a pesar del agua fría, de la soledad y el silencio.
-Me acuerdo de los nuestros, burrino amigo- dijo a Genaro al salir del agua en una de sus volteretas.
Cuando con la ropa empapada salieron de la gruta, se dieron casi de bruces con un hombrecillo pelirrojo de orejas puntiagudas que los miró muy enfadado.
-A ver si tenemos más cuidado, niño- les increpó con genio.
A Nono le dio la risa cuando vio la pinta estrafalaria del hombre. Una chaqueta roja le colgaba debajo de las rodillas como si fuera un abrigo, no llevaba pantalón largo por lo que lucía unas piernas canijas y llenas de pelos, con unos zapatones de deporte en los pies. De los bolsillos de la chaqueta salían picos de pañuelos de colorines y la cabeza la adornaba con un precioso sombrero de copa.
-Perdone usted, buen hombre- se disculpó Nono sin poder contener las carcajadas.
El hombre estaba tan, tan enfadado, que arremetió contra el niño y el burro a mamporrazos y capones. Los dos amigos intentaron escapar calle abajo, pero con la risa era imposible echar a correr. El hombrecillo iba tras ellos moviendo la chaqueta como si fuera a volar, y Nono reía más y más.
-¡Uy! Pare usted. Mire que los capones no duelen, que lo que me mata es la barriga que de la risa se me ha encogido y está dura como una piedra.- reía y suplicaba el pequeño mientras procuraba cubrirse la cabeza con los brazos.
Genaro, que hasta ese momento había estado muy quieto, decidió que era hora de entrar en acción. Se colocó en posición, con las traseras en pompa, y lanzó sin piedad una tremenda coz a las posaderas del buen hombre. Este, después de un vuelo que ya quisieran para sí las gallinas de mi pueblo, aterrizó en el pilón de una plaza vecina asustando con gran impresión a dos pobres mulas que bebían tranquilamente después de una dura jornada de trabajo.
-¡ Ay, si ya me lo decía mi madre! “A los niños ni te acerques, Casimiro, que sólo traen piojos y malos ratos”- gemía con gran pesar el hombrecillo que por lo visto se llamaba Casimiro.- “Mira, Casimiro que tú naciste ya grande para que yo no tuviera cerca un niño” me decía. Porque nací tan grande que ya andaba y tenía la misma cara de hoy, hasta con barba, que me afeité a la media hora de venir al mundo. ¡Ay, madre, cuántas veces me lo dijiste! “A los niños ni te acerques”.
-Perdóneme usted, Casimiro, que no ha sido mi intención ofenderlo- se disculpaba Nono al ver la ropa sucia del hombrecillo- Venga pa cá, que con agua del pozo lo dejo a usted más limpio que...
-Anda, anda, cómo me vas a ayudar tú que lo único que puedes darme son problemas. Yo no me enfado, lo prometo, pero vete y déjame solo.- compungido, dando sonoros sorbetones, salió Casimiro del pilón.
Nono empezó a alejarse, pero se sentía culpable y no iba a dejar al pobre Casimiro a la buena de Dios. Dando la vuelta, cogió el cubo del brocal, lo lanzó al agua subiéndolo después con fuerza ayudado por una carrucha oxidada. El agua clara del cubo debía ser hielo, porque el desgraciado Casimiro se encogió como una tortuga al sentirla corriendo de la cabeza a los pies. Nono no le dio tiempo para reaccionar, otro cubo se vaciaba en la cabeza del hombrecillo, y otro, y otro,... Cinco en total. ¡Pobre Casimiro! Resignado se sentó en el suelo al sol para secarse.
-¿Ves qué limpio has quedado? Si no te echo el agua la gente se hubiera burlado de ti, que olías mal aunque no sea bonito decirlo- lo consolaba paternal Nono.
-Haz de mí lo que quieras, pequeño monstruo- le respondió tranquilo- yo sólo buscaba la Fuente del Mundo y mira lo que encontré: ”El pilón de las mulas”, total, lo mismo.
-¿La Fuente del Mundo? ¡Yo puedo ayudarte!- lo animó Nono con ganas de congraciarse- Está dentro de la gruta de las Maravillas. Genaro y yo venimos de coger su agua pa sanar a mi madre enferma.
-No, pequeño tonto, esa no es la Fuente del Mundo- dijo aún compungido Casimiro limpiándose los mocos con la manga de la chaqueta- ¡Eso creía yo! Del norte vengo buscándola. Un curandero del pueblo, al que llaman Salomón, me ha mostrado el Libro de las Mágicas Adivinanzas donde, referido a la fuente que buscamos, dice:
“En el centro, en el fondo está
y sus aguas sutiles caerán
cuando un dolor o alegría
al corazón ese día
conmueva sin compasión.
De dos luceros luminosos
lluvia hechizada saldrá
y curará todo mal.”
Ahora el compungido era Nono. ¡No tenía aún el agua milagrosa que curaría a Gitana! ¿Qué iba a hacer? ¿Dónde podría ir?
-Casimiro, ¿Qué significa la adivinanza? porque yo no la entiendo. Que si corazón, que si fondo, que si luceros,...¿Te dijo algo más Salomón?- Preguntó sin esperanza el niño mientras se sentaba junto al hombrecillo estrafalario.
-Nada. Sólo algo muy raro que tampoco entiendo: “Busca al norte, busca al sur, allá donde el corazón se conmueva estará la Fuente del Mundo”. Creo que volveré a mi tierra vasca, buscaré en las montañas y en las playas, en los caseríos, en las cuevas y en los bosques.¡Quiero encontrar ese agua que me haga niño por fin!
-¿Eso es lo que quieres? ¿Ser niño?- se asombró Nono.
-¡Sí,sí! ¿De qué te extrañas?- Se enfadó de nuevo el hombrecillo- Quiero sentir el cariño de unos padres que me calmen cuando llore, que me arrullen antes de dormir...
A Nono le dio pena el pobre hombrecillo. Recordó el cariño que él mismo había recibido de su padre, de Gitana, de la Seño.
-Te deseo que encuentres cuanto antes la Fuente del Mundo, Casimiro. Genaro y yo iremos al sur, a buscar a los piratas de los mares. Saben muchas cosas porque viajan por todos lados.
Se dieron la mano muy ceremoniosos. Casimiro, con su chaqueta roja y la chistera bien colocada, cogió el camino del norte. Nono y Genaro, el del sur.

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