jueves, 14 de mayo de 2020

LA ENCINA GITANA Quinto capítulo


Para encontrar a los piratas los dos amigos debían llegar cuanto antes al mar. A galope por los senderos, Genaro se apresuraba forzado por las ganas de Nono. Pasaron días de calor y frío, de montaña y llano, de sombra y luz,... y al fin llegaron al mar.
¡El mar! ¡Tan inmenso y azul! ¡Ay, si los viera el marinero de la feria de su pueblo!. Genaro se acercó sin miedo a mojarse las pezuñas en el agua, las algas verdes de la orilla se le reliaron y parecía que el burrito tenía flecos en las patas.
-Genaro, ¿te lo imaginabas tan grande? ¡Parece que no se acaba!- decía Nono con los ojos muy abiertos.
Decidieron caminar a lo largo de la orilla hasta toparse con alguien que los pudiera ayudar. Atardecía, una luz naranja iluminaba la playa y el mar tenía un azul eléctrico. A lo lejos divisaron un barco en la arena, cuando llegaron a él supieron que habían llegado a un poblado de pescadores, con casitas blancas, y barcas y redes por todos lados. Algunos niños correteaban mientras sus padres trabajaban en los motores, en las maderas o arreglando redes sentados en el suelo.
-¡Bellita, Julio¡, volved a casa que hace frío y la humedad se os mete en los huesos.
Una mujer con la piel morena llena de grietas, como rota, llamaba a sus hijos. Pero los niños se pararon junto a Genaro y Nono mirándolos muy callados.
-Soy Nono, y mi burrino Genaro- se presentó.
La niña que se llamaba Bellita, acarició la cabeza de Genaro.
-¿Dónde vais tan tarde? Ya es hora de meterse en casa, que el relente es mu malo.- sin dejar de acariciar a Genaro dijo- Venid con nosotros.
Bellita tendría la misma edad que Nono, Julio era más bajito y tímido. Se escondía detrás de su hermana asomando un solo ojo para no perderse lo que allí pasaba.
-¡Anda!, ¡venid!.
Muy formal, Nono entró en la casita blanca. La madre lo miró con extrañeza.
-Omá, he convidao al muchacho y a su burro, pa que no pasen frío.
-¿Quiénes sois vosotros?- la mujer sonrió amable.
-Nono y mi burrino Genaro. Andamos buscando la Fuente del Mundo, que dicen tiene un agua que sanará a mi madre enferma- se explicó el niño de nuevo.
-¿La Fuente del Mundo?- comentó la madre pensativa- no la he oído mentar. A lo mejor mi marido sabe de ella. Y gritando desde la puerta- ¡Manuéeeeee!
Por la puerta entreabierta, empujando a Genaro, entró el pescador.
-¿Qué pasa, mujer? ¿Qué gritos son esos?
-Que este muchacho viene buscando la Fuente del Munco. ¿Sabes tú algo de ella?.
-¡Yo qué sé de fuentes ni fuentes! Ayudadme a traer el pescado pa la cena, que hoy traigo unas caballitas que quitan el sentío.- dijo Manuel.
Salieron de nuevo los niños, también Nono y Genaro, detrás del padre. Había caído la noche y el frío era más intenso. La luna iluminaba el mar sobre el que flotaba una neblina blanquinosa. Se acercaron a una barca que descansaba en la orilla, de ella sacó el pescador un cubo, dentro brillaban con la luna unos peces plateados.
-¡Vienen vivas, niño! ¡No has comío tú cosa más rica!- Manuel se dirigió a Nono como si lo viera por primera vez.
Recordó Nono las sardinas asadas a la lumbre y comerlas con las migas ricas de su padre. Lo echaba de menos ¿Cómo seguirían todos por allí? Pero pronto se olvidó, porque las caballas se le deshacían en la boca. Abiertas por la mitad, con una salsa de hierbas, aceite y ajo, despedían un aroma que removía las tripas de Nono. Y comía con ansia, por el hambre, por las ganas. Las comía con las manos, decía la madre que así estaban más sabrosas, y luego se chupaba los dedos, y se relamía los labios con gusto.
-Come y hincha niño, que la hambre es mu mala.- reía el pescador.
La velada con aquella familia soltó la lengua de Nono que contó con detalle su vida y su aventura. El recuerdo de Gitana enferma venía una y otra vez a la mente del chiquillo y no lo dejaba descansar. Para consolarlo el pescador y la mujer le cantaron fandangos. ¡Qué bonitos sonaban! Los niños acompañaban con palmas.
A Genaro lo habían llevado a pasar la noche al corralón del vecino que tenía otro burro. Con él comió, durmió e hizo amistad.
Por la mañana, antes de que amaneciera, el pescador se fue a faenar con sus compañeros. No volvería hasta el atardecer. La mujer desde muy temprano hizo las faenas de la casa, del huerto que tenían detrás de la casa, de las gallinas,... y al acabar, fue a remendar las redes amontonadas en la playa junto a las otras mujeres del poblado.
A Nono la playa inmaculada de la mañana lo conquistó para siempre. El sol se levantaba por la izquierda del mar mientras montones de gaviotas revoloteaban encima de la superficie cristalina, bajando y subiendo alguna vez con un pescado en el pico. El viento de la noche había peinado la arena y parecía que nunca nadie la había pisado, tan suave. Sólo las gaviotas se atrevían a dejar sus huellas en aquel suelo tan limpio.
Al niño le hubiera gustado quedarse allí otro día, y otro, pero tenía prisa por encontrar las aguas milagrosas. Ni Manuel, ni los otros pescadores conocían la Fuente del Mundo, tampoco a los piratas de los Mares del Sur, aunque quizá estuvieran más allá del horizonte, en alguna isla desierta y misteriosa.
Por eso, a la mañana siguiente Nono y Genaro se embarcaron con Manuel y sus compañeros antes de salir el sol. Esta vez la faena sería más larga, porque los bancos de peces se habían movido hacia el sur y habría que pasar varias noches en alta mar. Desde la orilla los despidieron las familias con el corazón encogido.
-¿Volverán esta vez o se los tragará la mar traicionera?- se preguntaban.

Ya en el barco el meneo de las olas mareó a Nono, pero se recuperó cuando el hambre del mediodía atacaba, entonces el gitanillo de tierra adentro consiguió ponerse en pie y controlar los movimientos de la cabeza y el estómago.
-¡Ay, qué malito estoy, Genaro!
-¡Hiii Hooo! – se lamentaba el burro.
Los compañeros marineros eran cinco. Manuel era el patrón, Curro, Isaac, Lorenzo y Cristóbal los marineros.
Al llegar con la barca de remos al pesquero que estaba anclado en medio del mar, a Nono le había parecido pequeño para tanta gente. Verde, con una raya blanca saliendo sobre la superficie del mar y un nombre bien visible: “La Sirena”. La cubierta era bastante amplia con su suelo de madera y su cabina hacia popa, pero el espacio no sobraba con tantas redes y cabos enrollados. La bodega se reservaba al pescado que pudieran conseguir, esperaban volver con un cargamento tan grande, que el invierno fuera más llevadero sin tener que salir a faenar cuando el tiempo empeorase. Desde la cabina se dirigía la navegación, con ventanales acristalados para poder divisar bien el horizonte.
Desde la cabina, y por una escalinata muy empinada, se accedía al único camarote. En él se comía, se dormía, se charlaba,...
-¿Por qué ese nombre? “La Sirena”- preguntó el niño mientras se zampaba un buen guiso marinero.
-Eso se lo preguntas a los hermanos.- respondió divertido el patrón.
Lorenzo y Cristóbal eran hermanos de verdad. Eran los más jóvenes del barco y su trabajo consistía en obedecer raudos las órdenes de todos los demás. “¡Loren, recoge cabo!”, “¡Cristo, limpia la cubierta!”, “¡abrid las compuertas!”, “¡soltad amarras!”,...
Un día de verano, al poco de llegar, Lorenzo dormía plácidamente mientras Cristóbal fregaba la cubierta. De pronto, Cristo escuchó una música misteriosa que lo llamaba desde algún punto del mar.
-¡Eh, escuchad todos!- gritó el joven asustado- ¡son sirenas!¡nos quieren en la mar!
Loren despertó despavorido y corrió con su hermano hasta ocultarse debajo de un lío de redes. Los demás otearon el horizonte y por la borda distinguieron una familia de delfines que los acompañaban.
-¡ Son los delfines, desgraciaos! ¡Los delfines hablan entre ellos!- se burlaban - ¡Miedosos, caguetas ¡.
Para no olvidar lo ocurrido, llamaron al barco “La Sirena” y todos, también los hermanos, reían al recordarlo.

El tiempo pasaba lento en el barco. Hacía varios días que salieron de la playa y todavía no habían avistado la pesca. Nono y Genaro ayudaban en las faenas, el burro era muy útil para tirar de los cabos y lo sería más cuando llegara el momento de levantar las pesadas redes llenas de peces. Nono era el nuevo grumete y obedecía a la mayor prontitud las órdenes de sus mayores.
-¡Pesca a la vista!- gritó el vigía.
Entonces, un movimiento nervioso se apoderó de la tripulación. Manuel daba las órdenes:
-¡Loren, a las redes!
-¡Cristo, abre las compuertas!
-¡Genaro, ese cabo!
-¡Isaac, el motor!
-¡Nono, aquí! ¡Nono, allí!
Y después del duro trabajo, Curro cerró las compuertas de la bodega. Había sido un banco de los que no hay, la bodega estaba repleta, casi no cabían los peces recogidos. Podrían volver a casa antes de lo previsto.
-Antes tenemos que dejar al muchacho y a Genaro, a ver si encuentran a los piratas esos- señaló Manuel.
-Las Islas Canarias no quedan lejos- Isaac, como todos, había cogido cariño al zagal y su burro, y estaba dispuesto a todo por ellos.
Contentos y relajados, la tripulación de “La Sirena” perdía el tiempo con charlas y canciones. Por eso no se dieron cuenta del peligro que les acechaba. A lo lejos se divisaba un gran velero surcando el mar. Sus velas abiertas al viento lo hacían avanzar veloz entre las olas. Se dirigía hacia “La Sirena” y los amigos sólo lo descubrieron cuando lo tenían a una ola de distancia.
Al principio Nono se alegró, al fin venían los piratas. Pero daba miedo el aspecto siniestro del velero, con esa bandera que ondeaba en lo alto del palo mayor. En un fondo negro se adivinaba cuando el viento la estiraba, una calavera con dos huesos formando una cruz bajo ella.
-¡Al abordaje!- gritaron desde el velero.
Un grupo de fieras mujeres, armadas hasta los dientes con cuchillos y machetes, saltó a la cubierta de “La Sirena” sin dar tiempo a la tripulación a reaccionar.
La que parecía la capitana, una mujerona grande y pelirroja, con unos pantalones rotos que le cubrían apenas las rodillas, los pies descalzos, un látigo en la mano y una banda de cuero cruzándole el pecho, se acercó muy chula a los pescadores.
-¿Qué pasa? ¿Qué miráis con esas caras de atontados?- les espetó amenazadora- Se me conoce por Isabela, la pirata más feroz que surca los mares. ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¡Responded!
Mientras hablaba, la tal Isabela iba paseando sinuosa como una serpiente entre los marineros.
-Sólo somos pescadores de Huelva.- respondió Manuel atemorizado.- No nos metemos con nadie.
-¡Claro que no, hombrecillo infecto!- y para rematar sus palabras arreó un latigazo en la cubierta que retumbó en los oídos de los marineros- Si no os portáis bien os lanzaré por la borda para que seáis pasto de los tiburones... ¡Un asno! ¡Por cien mil diablos! ¡Cuándo se ha visto un asno en un pesquero!.
Isabela se acercó a Genaro. En la mano aún llevaba el látigo y con él acarició el lomo del animal como pensando en qué podría servirle.
-¿Te convertirás en filetes para mis mujeres? ¿O tendrás alguna utilidad que te salve del machete?
-¡Hiii hooo!- rebuznó Genaro temblando de miedo.
-¡Me hierve la sangre en las venas y no sé de lo que soy capaz!-susurró bravucón Nono a sus camaradas.
-¡Quédate quieto, chaval, que estas locas nos comen vivos!- lo sujetó Manuel.
Mientras los pescadores formaban en cubierta como soldados obedientes, Isabela se dirigió a su contramaestre.
-¡Cristiana! ¡Abre las compuertas!¡A ver, el botín!
-¡Pescado! ¡No hay más que pescado! – respondió la tal Cristiana muy enfadada- ¡Nos prometiste oro y diamantes al enrolarnos y nos pagas con pescado!
-¡Bellaca! ¡Nunca hables así a Isabela la grande!- y con movimiento decidido lanzó el látigo con fuerza envolviendo el cuerpo de su contramaestre. Luego, tiró de él e hizo girar y girar a la tal Cristiana que cayó al suelo con muy mala cara.
-¡A ver! ¡Quién más quiere recibir la caricia de mi Cobra!
Las otras bucaneras quedaron inmóviles, pero en sus traicioneras miradas se adivinaban sus intenciones. En cuanto la capitana bajara la guardia, se lanzarían contra ella como fieras y sería el momento de escapar. Eso pensaba Nono.
Pronto anochecería. Las olas se iban haciendo más grandes porque el viento empezaba a arreciar. A las piratas les daba igual, sólo querían beber ron para olvidar el disgusto.
Nono y los demás seguían de pie, allí, en la proa de “La Sirena”, pero Isabela sólo tenía ojos para sus traicioneras amigas, así llegó el momento que Nono esperaba.
-¡Al ataque mis valientes!- gritó lanzándose contra Isabela la grande tirándola al suelo del tremendo empujón.
Rápidamente Manuel, Curro, Isaac, Lorenzo y Cristóbal se arrojaron a distintos frentes abalanzándose con furia sobre las corsarias. Genaro en postura, disparó una coz contra la gran Isabela que recibió el impacto en su trasero iniciando un vuelo igualito igualito que el del pobre Casimiro en Aracena.
-¡Ayyyyy!- Se escuchó mientras la mujerona caía al agua.
¡Pom! ¡pan! ¡pin! ¡zas! La lucha era tremenda. Cachiporrazos y coces de Genaro surgían por doquier. ¡Ras! ¡croc! ¡zum! ¡toc!.
-¡Seguid luchando!- animaba Nono -¡La victoria es nuestra!
¡Chop! ¡chap! ¡chup! ¡chop!. Las piratas fueron cayendo al agua una tras otra hasta que nuestros amigos se vieron al fin libres. Rápidamente pusieron el motor en marcha y dirigieron el timón hacia las Islas Canarias.
-¡Adiós, amigas, a ver cómo os subís ahora al barco!- rieron divertidos los pescadores mientras las piratas se aferraban a los cabos de su velero.
Pero como dije antes, el viento arreciaba con fuerza, el tamaño de las olas aumentaba. Se cerró la noche de pronto porque unas nubes negras cubrieron el cielo. El aire se llenó de agua que golpeaba duramente a la pequeña embarcación, luego empezaron a caer los primeros rayos.
-¡Amarraos a cubierta!- gritó Manuel- ¡No os vayáis a caer al agua!
“La Sirena” parecía una cáscara de nuez en aquel torbellino. Ahora arriba, ahora abajo, el oleaje no cesaba como si tuviera mucho empeño en hundir el barco.
-¿Serán las sirenas?- dijo asustado Cristóbal.
-¿Serán?- le contestó su hermano.
Agazapados aguantaron el temporal hasta que todo terminó. El viento limpio amainó convirtiéndose en una suave brisa, el mar perdió su oleaje y el cielo enseñó millones de estrellas que daban algo de claridad a la noche. Los marineros comprobaron que todos estaban bien.
-¡Manuel, Curro! ¡Isaac, Nono! ¡Lorenzo, Cristóbal, Genaro! ¿habéis escapado bien?
-¡Sí!- fueron contestando uno a uno... menos Genaro.
-¡Genaro!, ¡Genaro!...¿Por qué no me contestas?- se alarmó Nono.
-¡Genarooo!- lo llamaban todos por la borda.
Nada se veía con aquella oscuridad, pero los alivió una gaviota que se posó en la cubierta.
-¡Tierra!- exclamaron todos.
Entonces en el silencio se escuchó un “¡Hiii hooo!” que a Nono le pareció música celestial. Una manchita plateada apareció ante su mirada, era el pelo del borrico que brillaba bajo las estrellas. Nono iría junto a su burrino y probarían suerte en aquella tierra desconocida que se presentaba ante ellos. Se despidió de los pescadores que quedaron muy tristes con su marcha, y se lanzó al mar y a una nueva aventura.


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