Genaro necesitaba descansar. Hacía dos días que habían
salido de casa sin rumbo fijo y parecía que su viaje no tendría
fin. No encontraron en ese tiempo un alma con quien hablar, a quien
preguntar, por eso decidieron parar a la orilla de un arroyo y pensar
hacia dónde ir. El cauce estaba casi seco. Genaro tuvo que
esforzarse para beber en el pequeño reguero que serpenteaba entre el
polvo. Después se tumbaron a la sombra de un chaparro y se quedaron
dormidos. Al rato, desorientado por el cansancio y el trajín, Nono
se despertó sobresaltado con el ladrido feroz de un mastín en su
oreja.
-¡Genaro, socorro!- gritó mirando los dientes del
perrazo.
-¡Eh!, ¡Trueno, quieto!- dijo la voz grave de un
hombre acercándose - ¿De dónde sales tú?
-A la paz de Dios, señor- saludó Nono al modo de los
pastores-Venimos de los campos de Llerena, mi burro Genaro está
cansado y hemos parado aquí a dormir un rato antes de continuar el
camino.
-¡Pero muchacho!, ¿No eres tú mu chico pa venir solo
de tan lejos?- preguntó el hombre con asombro.- Anda, levanta de ahí
y ven conmigo al campamento.
Con gesto amable levantó del suelo al niño.
- Mis compañeros y yo venimos con la trashumancia,
buscando tierras más verdes para las ovejas - siguió.
Nono se acordó entonces de aquellos viajes que su
padre tantas veces le contó delante de la candela. José el pastor
también fue trashumante en la juventud, cuando trabajaba en la finca
de Don Isidro y tenían tanto ganado que por mucho que lloviera nunca
era suficiente. Hubo ocasiones en las que a las ovejas las
transportaban por tren hasta la otra punta del país, hasta un pueblo
llamado Potes, allí en las montañas del norte. Al llegar
encontraban prados tan frondosos que los animales pastaban tumbados,
y se ponían rollizos, que daba gloria verlos. Contaba José que en
aquella tierra las vacas daban una leche muy dulce que los pastores
gustaban de tomar recién ordeñada, como salía de la ubre, con
espuma calentita por encima que les manchaba los bigotes.
-¿Gabino, qué traes?- preguntaron unos mozos que
andaban montando una candela de palos secos.
El niño y su burro no tuvieron nada que decir. Gabino
y los mozos se ocuparon de que comieran y bebieran, y les prepararon
unos camastros con sus propias mantas donde al momento cayeron
rendidos. No fue hasta el día siguiente, cuando apenas amanecía,
que llegaron las explicaciones. Al despertar, Nono vio cómo el
campamento ya estaba desmontado, que sólo quedaban sus camastros y
apagar los rescoldos que aún ardían. Le dieron pan con tocino que
lo recompuso por dentro, y un jarrillo de lata repleto de leche
recién hervida. A Genaro paja, y un buen barreño de agua que lo
dejara aguantar el día. Fue entonces cuando contaron su aventura,
buscaban la Fuente del Mundo y no sabían dónde podrían
encontrarla.
-¿La Fuente del Mundo? - se preguntaron los pastores
rascándose las cabezas debajo de sus gorras de pana.
-Yo sé - dijo Andrés que era el más joven- que en la
sierra de Huelva, camino de Portugal, hay un pueblo lleno de fuentes.
Se llama Aracena y dicen que tiene una gruta a la que llaman de las
Maravillas, por la que corre un agua mágica que vuelve la piedra en
estatuas y hasta en piedras preciosas. Puede darse que allí esté tu
fuente.
Todos estuvieron de acuerdo. Por eso Nono y Genaro se
despidieron de Gabino y los demás que les dijeron hasta pronto con
los ojos empañados. Se volverían a ver, seguro que se volverían a
ver.
Con el sol en la espalda, camino a poniente, siguieron
el niño y el burrino sus andanzas. Después de unas horas el campo
empezó a cambiar. Las pendientes eran más y más inclinadas y los
árboles distintos, altos y frescos, más numerosos a medida que se
adentraban en el bosque. Pronto la vegetación fue tan densa que no
dejaba entrar los rayos del sol y la oscuridad atemorizó al niño.
-¡Ay, Genaro!- decía Nono mirando a su alrededor-
¿Habrá lobos? ¡Ay, Genaro! ¡Qué se acabe el bosque!
Después de mucho tiempo pisando una y otra vez los
mismos lugares supieron que estaban perdidos, que no serían capaces
de salir de aquel laberinto de árboles tenebrosos. Empezaba a
hacerse de noche. Los amigos temblaban tanto por el miedo, que Nono
estuvo a punto de caer de la montura.,
-¿Por qué le hicimos caso a Andrés, Genaro? ¡Con el
campo tan liso que se veía por el sur!- lloriqueaba el muchacho
castañeteando los dientes.
-¡Hiii,hooo! ¡Hiii,hooo!- Genaro estaba de acuerdo.
-Más nos vale buscar un refugio pa pasar la noche,
amigo.
La suerte, o quizá un ángel bueno que los acompañaba,
dirigió sus pasos hacia una luz que se veía a lo lejos. Debía ser
un cortijo en medio de la sierra. El alivio que sintieron los dos
amigos les puso alas en los pies y las pezuñas, porque enseguida se
encontraron junto al portalón de una casa grande y misteriosa. El
llamador de la puerta daba golpes secos que retumbaban en el interior
como si se tratara de una campana.
-¡Ya vaaaa! ¡ya vaaa!- respondió alguien desde
dentro- ¿Quién anda ahí en esta noche sin luna?- preguntó la voz
ahora desde más cerca.
-Me llamo Nono y mi burrino Genaro- contestó Nono
deseando que se abriera el portón- Venimos buscando el pueblo de
Aracena pero nos hemos perdido en el bosque. Si usted tuviera un
rincón pa pasar la noche, si no le fuera molestia...
En ese momento sonaron los cerrojos y la puerta se
abrió. Sujetando la madera con una mano y una pipa humeando con la
otra, apareció ante los ojos del niño la mujer más guapa que había
visto. Tenía un pelo negro como la oscuridad que caía revuelto por
encima de sus hombros, la cara era como la de las mujeres de las
revistas de trajes, los ojos verdes iluminaban como dos linternas y
los dientes de la boca sonriente parecían de nácar como los botones
buenos.
-Anda. Pasad, pasad.- Con una gran carcajada hizo pasar
a los dos al patio del cortijo- ¿Qué hacéis aquí dos pequeñuelos
semejantes? ¿No seréis dos duendes disfrazados?
El portalón se cerró tras el último paso de Genaro.
El patio que se abría delante era bastante amplio, con un suelo de
piedras haciendo dibujos y un pozo en medio rodeado de macetas de
geranios rojos..
-A ver. Cuál de los dos me va a contar la historia-
dijo la mujer después de echar gran cantidad de humo por la boca y
la nariz. Luego señaló a Nono con un dedo de uña pintada de rojo-
Creo que es mejor que seas tú, pequeño.
-Como ya he dicho a la señora, me llamo Nono y mi
burrino Genaro. Viajamos sin saber a dónde ir, buscamos la Fuente del Mundo, su agua es la única salvación pa mi madre enferma. Unos
amigos nos dijeron que hay una gruta en Aracena por la que corre un
agua mágica. ¿Sabe usted si es esa la Fuente del Mundo?
La sonrisa no desapareció en ningún momento de la
cara de la señora, pero no contestó. Con gesto altivo, como de
bailarina, se dirigió casi flotando hacia unas dependencias situadas
a la izquierda del patio.
-En la cuadra se puede quedar tu Genaro, hay comida y
agua y estará bien.- Sujetó la puerta hasta que el burro estuvo
dentro. Luego se dirigió a Nono que la seguía como un perrito- Tú
y yo vamos a cenar, porque tendrás hambre ¿no?
La casa estaba al fondo del patio. Nono pensó que era
como el palacio de la Bella Durmiente, pero mirando a la señora más
se parecía a la madrastra de Blancanieves que a la dulce princesita.
La entrada de la casa y el gran salón tenían las paredes cubiertas
de cuernos de ciervos, de cabezas de jabalíes y de otros animales
que Nono no conocía. Los muebles eran oscuros y las telas que
tapaban las ventanas también. Además la luz escaseaba, venía de
unas lámparas de gas colocadas a cierta distancia unas de otras
iluminando sólo algunos rincones.
-Sígueme hasta la cocina, pequeño- dijo la señora
sin volver la cabeza.
Allí comieron en silencio. Queso, chorizo con pan,
manzanas y ciruelas dulces que le supieron a gloria. La cocina tenía
un olor rancio que a Nono le gustaba, era como el olor de la casa de
su padre, sobre todo en época de matanza, cuando hasta la ropa se
llena del aroma de las especias y de la chacina fresca colgada en el
doblado. ¡Cómo echaba de menos a su padre, a la Seño, a Paquita
Ojos de Gato, a Gitana!
-Es hora de ir a la cama, ¿No te parece? Ven conmigo,
te enseñaré tu habitación.
Recorrieron tantos pasillos a la luz de una lámpara de
gas, que Nono se sintió perdido igual que en el bosque. Llegaron a
un cuarto muy grande en el que había una cama con dosel del que
colgaban desparramados visillos blancos, un tocador con espejo, dos
butacones, una cómoda y un armario. En un rincón se adivinaba en la
oscuridad una chimenea con restos de ceniza del invierno. En la
mesilla, junto a la cama, encendió la señora una vela para que Nono
tuviera algo de claridad en aquella noche oscura.
-Buenas noches, pequeño.- sin más se marchó cerrando
la puerta tras ella.
En la soledad de aquel cuarto tenebroso resonaba el
viento por cada rendija, los muebles crujían y las sombras que
dibujaba la vela acosaban a Nono desde todos los rincones. El niño
se acostó vestido, hasta con zapatos, intentando dormir.
-¡Dios mío, qué noche me espera!- pensó inmóvil.
No se atrevía ni a respirar. Con los ojos como platos
miraba aterrorizado unas figuras que surgían del techo, unos brazos
larguísimos bajaban hasta él, le tiraban del pelo, le rozaban la
cara. Cerró los ojos. Se le paralizó el cuerpo entero al sentir una
caricia suave subiéndole por una mano.
-¡Papaíto! ¡Quién me está tocando!- resonó un eco
lejano- ando, ando, andooo,...
Un ratón saltó entonces de la cama y se escondió
detrás de la cómoda. ¡Era un ratón! ¡Qué tranquilidad!
-Ratón, ratoncino, sal de tu escondite- llamaba Nono
acercándose con sigilo al animalito- Anda, ven conmigo, dame compaña
en esta noche tan fea.
Al momento, como si lo hubiera comprendido, el ratón
caminó despacio directo a las manos del muchacho. Comisqueando un
pedazo de pan que Nono tenía en el bolsillo, se quedó con él.
Nono y el ratón se acurrucaron entre las sábanas
intentando coger el sueño. Seguían crujiendo los muebles. ¡Crac!
¡croc! ¡pum! ¡pam! El viento soplaba con fuerza fuera de la
ventana. ¡Fiiiii! ¡fuuuu!.. Un reloj daba las campanadas en algún
salón cercano. ¡Dong! ¡dong! ¡dong! ¡dong!. Las cuatro. Un
lamento se oyó detrás de la puerta. ¡Aaaaa!
- ¿Quién anda ahí?- gritó el niño.
Con el cuerpo encogido, Nono abrió la puerta. ¡Hiiiii!
La oscuridad del pasillo era total, sólo la vela iluminaba un
pequeño círculo a su alrededor. Con paso inseguro, en una mano la
vela, en la otra el ratón, caminó pasillo adelante rezando a todos
los santos que conocía y a la Virgen de los Milagros que era la
patrona de su pueblo. ¿Dónde estaría el baño? En ese momento, una
puerta se abrió ante él. Sorprendió al niño la rapidez con que su
Virgencita le había contestado, y confiado aceleró el paso hacia la
puerta abierta. Tanto. que la vela se apagó y así, a oscuras, chocó
con algo que lo agarró fuertemente por los brazos.
-¡Aaaaaa!¡Yyyyyy!¡Suéltame monstruo! ¡Haré lo que
me pidas!- aflojó el cuerpo llorando como nunca había llorado y
sintió el abrazo cálido del monstruo.
-¡Pero pequeño! ¿Quién te creías que era?- dijo la
voz de la señora. Una linterna encendida iluminó la escena. Nono
miró aliviado la preciosa cara de la mujer y agarrándose a su
cuello la llenó de lágrimas.
-Para, chiquillo- decía la señora contenta- ¡Que me
vas a romper!
Después el niño se durmió al fin entre los brazos de
la señora, sentados en el suelo del pasillo frío. donde pasaron los
dos el resto de aquella noche.
-Me llamo María Adelaida de la Fuente y Castillo de la
Hondonada, pero para ti soy Maruja. Así me llamaban mis padres y mi
Tata y todo el que me ha querido en esta vida.- mientras, Nono se
zampaba un tazón de leche con pan migado. - La gente de los
alrededores piensan que soy una bruja y dan un rodeo cada vez que
tienen que pasar cerca de mis tierras. Tienen miedo de que los
hechice convirtiéndolos en sapos o lechugas o algo peor.
Reía Maruja con tantas ganas que Nono se contagió.
Luego pasearon por el campo con Genaro y el caballo de Maruja que se
llamaba Amaranto, visitaron el río con su puente de madera, los
chozos antiguos de los pastores, los pozos, el huerto con una alberca
llena de ranas verdes,...La casa dejó de ser siniestra y ahora,
iluminada por el sol, brillaba bellísima entre los árboles.
Prometieron quererse siempre y visitarse al menos una
vez al año desde aquel día. Todo esto lo escribió Maruja muy seria
en un papel firmado por los dos. Luego calentó en una vela el final
de una barrita de lacre, pegó un goterón al final del papel y puso
encima un anillo dorado que llevaba en la mano izquierda. Así quedó
grabado un bonito dibujo en la cera roja y quedó sellado su pacto
para siempre. A la mañana siguiente Nono y Genaro continuaron su
marcha. Maruja les llenó las alforjas de comida y regaló a Nono una
brújula que les sería muy útil en el resto de su aventura.
-¡Adiós, hasta muy pronto! ¡Volveremos!.
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