La vuelta a casa fue más tranquila. Mohamed los
acompañó en tren hasta Tánger después de haber logrado hacer un
gran negocio con su mercancía.
-Mohamed- pidió Nono- ven a casa, conocerás a mi
padre y a Gitana, y también a la Seño y a Paquita Ojos de Gato.
-Puede que algún día, Nana, pero ahora debo volver
con los camellos y la sal que es tan necesaria- respondió halagado
Mohamed.
Tánger era una ciudad moderna llena de coches y
ruidos. A Nono le parecía haber despertado de un sueño. ¡Qué
lejos quedaba el desierto! Encontraron habitación en un hostal cerca
del puerto y al día siguiente, en cuanto amaneciera, el camellero
acompañaría al pequeño y a Genaro al transbordador que los
llevaría más allá del mar, a tierra firme.
Genaro tuvo que dormir, muy enfadado, en una cuadra
donde alquilaban caballos a los turistas. Nono salió a divertirse
aquella noche con Mohamed. Las luces de colores de los escaparates y
de los anuncios de neón eran para el niño la iluminación de una
feria.
-¿Están en fiestas?- preguntó a Mohamed.
-Aquí siempre es fiesta, Nana. Mira cuánta gente por
la calle, todos van contentos.
Cenaron en una taberna del puerto, frente a unos barcos
pesqueros que se parecían mucho a “La Sirena”. Comieron pescado,
verduras frescas, los mejores dulces. Después pasearon junto al mar
hasta llegar a un tiovivo que daba vueltas y más vueltas.
-¿Quieres subir, Nana?
El pequeño no contestó. Subió rápido en un caballo
blanco de crines largas y rizadas. Cerró los ojos mientras se movía
y tenía la impresión de galopar con su Genaro entre las dunas frías
de la noche del desierto.
-¡Más, Mohamed!- pidió una y otra vez.
Un algodón de azúcar remató la velada. Había que
dormir si querían levantarse a tiempo para coger el barco.
-Adiós Mohamed- Se despedía Nono del camellero- No te
olvidaremos, y esperaré siempre el día que aparezcas en mi puerta.
-Adiós pequeño Nana, adiós, valiente Egnar- se
despidió por primera vez algo triste Mohamed.
La travesía del
estrecho de Gibraltar fue corta y tranquila, Genaro y Nono, muy
callados, miraban al agua mientras el barco avanzaba. Al llegar a
tierra no resultó difícil encontrar quién les indicara el camino
de Extremadura, y aunque quedaban varios días de viaje, Nono y
Genaro se sintieron en casa.
-Genaro, ya no tengo
más ganas de aventuras.
-¡Hiii hooo!- el
borrico estaba de acuerdo.
En silencio anduvieron por los caminos sin parar ni
para comer. Aún llevaba Nono dátiles y tortas de mijo que Mohamed
le había guardado en las alforjas, allí donde se escondía la
garrafa del agua milagrosa que curaría a Gitana.
-¿Y si la fuente del oasis de Ahenkod no fuera la que
buscábamos, Genaro?
Algo en el fondo de su corazón le avisaba de un
peligro. Cavilando así estaba cuando se toparon con los carromatos
de un circo que iba en su misma dirección. Adelantaron el carricoche
de la mujer barbuda, el de las fieras, el de los payasos,...
-¡Niñooo!- oyó que lo llamaban.
Nono no quería más aventuras, no miraría, no señor.
-¡Niñooo!- volvió a escuchar.
Pero la curiosidad lo empujó a conocer al que lo
llamaba con tanto empeño. Desde el carro de los payasos, uno de
ellos vestido con una chaqueta de cuadros y la cara pintada, le hacía
gestos burlándose de él.
-¿Qué pasa payaso, no tienes a otro con quién
meterte?- dijo enfadado el pequeño siguiendo muy digno su camino.
-¡El niño se ha enfadadooo!- el payaso reía haciendo
aspavientos al aire.
-¡Déjame en paz!- dijo Nono haciendo que Genaro
caminara más deprisa.
El siguiente carromato era de una pitonisa. Su nombre,
madame Carlota, estaba escrito con letras doradas.
-¡Anda, resalao, dame tu mano para que te lea el
futuro!- le dijo desde la ventana- Mira que no te cobro nada, es para
entretenerme, que a los del circo los tengo muy vistos.
-¿Lees el futuro?- preguntó Nono interesado- ¿podrías
decirme si mi madre sanará?
-Las manos no engañan, dámelas y te diré todo lo que
te espera, bonito.
Como
necesitaba saber qué pasaría con su madre, Nono se acercó temeroso
a la mujer. Ésta, cogiendo su mano, le dijo:
-Tienes manitas de
niño, pero corazón de hombre. ¿En qué berenjenales te has metido,
corazón?- lo miró con asombro- Veo grandes penalidades, veo mares y
desiertos, veo a muchas personas.
-Pero y mi madre ¿Qué?.
-Ten paciencia, hermoso. Tu madre está muy enferma,
pero el remedio para sus males no tardará en llegar. Sanará.
-¡Sanará!- exclamó aliviado Nono- Genaro, mamá
sanará.
-¿No quieres saber nada más?
-No, gracias madame Carlota, debo darme prisa en llegar
a casa.
-Pues con Dios, preciosidad.
-Hasta más ver- le contestó el niño agradecido y
contento.
Desde el encuentro con el circo y con madame Carlota,
las ganas los empujaban y daban fuerzas para seguir su camino. Por
fin, una mañana divisaron a lo lejos la torre de la iglesia de su
pueblo.
-¡Genaro, estamos en casa!
-¡Hiii hooo!
Sin más se dirigieron a los encinares. Gitana los
necesitaba. A medida que se acercaban se toparon con el pastor, con
la Seño, con Paquita Ojos de Gato. Todos estaban muy tristes junto a
Gitana que había cambiado mucho.
El padre cogió en vilo al niño que le devolvía los
abrazos con toda su alma.
- Hijo,- dijo cuando Nono le preguntó por Gitana- no
hemos podido hacer nada, mañana vendrá el guarda forestal a
marcarla pa la tala.
La que fue una hermosa encina, se había convertido en
un árbol seco, el tronco marchito tenía profundas grietas y las
ramas ajadas no tenían hojas ni verdor.
-¡No, no vendrá! porque Genaro y yo le traemos el
agua de la Fuente del Mundo.
Sin esperar más, se dirigió a los pies de Gitana
donde lo esperaban la Seño y Paquita Ojos de Gato. Vertió muy
despacio el agua milagrosa sobre la tierra que cubría sus raíces.
-¡Madre, he vuelto a tu lado!- le decía abrazado a su
tronco- He traido tu medicina.
Pero Gitana no reaccionaba. No se escuchaba su voz de
viento, ni se movían las ramas para acariciarlo.
Con un gran desconsuelo el niño comenzó a llorar. Las
lágrimas brotaban como si de una fuente se tratara, el llanto se
agolpaba en sus párpados y caía a borbotones sobre la tierra.
Surgía el líquido de la fuente inagotable formando una cascada que
resbalaba por sus mejillas remojando el tronco reseco al que el niño
se abrazaba.
-¡Nono!- exclamó el pastor- ¡Las ramas!
Poco a poco el verdor volvía a la madera vieja. En las
ramas se formaban sin parar yemas jóvenes que rompían en hojas y
más hojas. Aunque no era primavera, las florecitas amarillentas
surgieron como por arte de magia y Gitana recuperó su juventud.
-¡Aaaaaaah!- bostezó el árbol mientras se estiraba
con pereza.
-¡Mamá, te has curado!
-Sólo tu agua milagrosa podía
salvarme, esa que ha brotado de tu corazón dolorido.
Nono recordó entonces a Casimiro y su poesía.
“En el centro, en el
fondo está
y sus aguas sutiles caerán
cuando un dolor o alegría
al corazón ese día
conmueva sin compasión.
De dos luceros luminosos
lluvia hechizada saldrá
y curará todo mal.
Después, todos se sentaron a los pies de Gitana para
celebrar la alegría. La encina acariciaba con sus ramas bajas la cabeza del niño.
-Cuando salimos de viaje no sabíamos pa dónde tirar,
hasta que tropezamos con un perro que se llamaba Trueno...
Mientras, Genaro rebuscaba bellotas entre la hierba.
FIN
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