martes, 19 de mayo de 2020

LA ENCINA GITANA Séptimo capítulo. Final


La vuelta a casa fue más tranquila. Mohamed los acompañó en tren hasta Tánger después de haber logrado hacer un gran negocio con su mercancía.
-Mohamed- pidió Nono- ven a casa, conocerás a mi padre y a Gitana, y también a la Seño y a Paquita Ojos de Gato.
-Puede que algún día, Nana, pero ahora debo volver con los camellos y la sal que es tan necesaria- respondió halagado Mohamed.
Tánger era una ciudad moderna llena de coches y ruidos. A Nono le parecía haber despertado de un sueño. ¡Qué lejos quedaba el desierto! Encontraron habitación en un hostal cerca del puerto y al día siguiente, en cuanto amaneciera, el camellero acompañaría al pequeño y a Genaro al transbordador que los llevaría más allá del mar, a tierra firme.
Genaro tuvo que dormir, muy enfadado, en una cuadra donde alquilaban caballos a los turistas. Nono salió a divertirse aquella noche con Mohamed. Las luces de colores de los escaparates y de los anuncios de neón eran para el niño la iluminación de una feria.
-¿Están en fiestas?- preguntó a Mohamed.
-Aquí siempre es fiesta, Nana. Mira cuánta gente por la calle, todos van contentos.
Cenaron en una taberna del puerto, frente a unos barcos pesqueros que se parecían mucho a “La Sirena”. Comieron pescado, verduras frescas, los mejores dulces. Después pasearon junto al mar hasta llegar a un tiovivo que daba vueltas y más vueltas.
-¿Quieres subir, Nana?
El pequeño no contestó. Subió rápido en un caballo blanco de crines largas y rizadas. Cerró los ojos mientras se movía y tenía la impresión de galopar con su Genaro entre las dunas frías de la noche del desierto.
-¡Más, Mohamed!- pidió una y otra vez.
Un algodón de azúcar remató la velada. Había que dormir si querían levantarse a tiempo para coger el barco.

-Adiós Mohamed- Se despedía Nono del camellero- No te olvidaremos, y esperaré siempre el día que aparezcas en mi puerta.
-Adiós pequeño Nana, adiós, valiente Egnar- se despidió por primera vez algo triste Mohamed.
La travesía del estrecho de Gibraltar fue corta y tranquila, Genaro y Nono, muy callados, miraban al agua mientras el barco avanzaba. Al llegar a tierra no resultó difícil encontrar quién les indicara el camino de Extremadura, y aunque quedaban varios días de viaje, Nono y Genaro se sintieron en casa.
-Genaro, ya no tengo más ganas de aventuras.
-¡Hiii hooo!- el borrico estaba de acuerdo.
En silencio anduvieron por los caminos sin parar ni para comer. Aún llevaba Nono dátiles y tortas de mijo que Mohamed le había guardado en las alforjas, allí donde se escondía la garrafa del agua milagrosa que curaría a Gitana.
-¿Y si la fuente del oasis de Ahenkod no fuera la que buscábamos, Genaro?
Algo en el fondo de su corazón le avisaba de un peligro. Cavilando así estaba cuando se toparon con los carromatos de un circo que iba en su misma dirección. Adelantaron el carricoche de la mujer barbuda, el de las fieras, el de los payasos,...
-¡Niñooo!- oyó que lo llamaban.
Nono no quería más aventuras, no miraría, no señor.
-¡Niñooo!- volvió a escuchar.
Pero la curiosidad lo empujó a conocer al que lo llamaba con tanto empeño. Desde el carro de los payasos, uno de ellos vestido con una chaqueta de cuadros y la cara pintada, le hacía gestos burlándose de él.
-¿Qué pasa payaso, no tienes a otro con quién meterte?- dijo enfadado el pequeño siguiendo muy digno su camino.
-¡El niño se ha enfadadooo!- el payaso reía haciendo aspavientos al aire.
-¡Déjame en paz!- dijo Nono haciendo que Genaro caminara más deprisa.
El siguiente carromato era de una pitonisa. Su nombre, madame Carlota, estaba escrito con letras doradas.
-¡Anda, resalao, dame tu mano para que te lea el futuro!- le dijo desde la ventana- Mira que no te cobro nada, es para entretenerme, que a los del circo los tengo muy vistos.
-¿Lees el futuro?- preguntó Nono interesado- ¿podrías decirme si mi madre sanará?
-Las manos no engañan, dámelas y te diré todo lo que te espera, bonito.
Como necesitaba saber qué pasaría con su madre, Nono se acercó temeroso a la mujer. Ésta, cogiendo su mano, le dijo:
-Tienes manitas de niño, pero corazón de hombre. ¿En qué berenjenales te has metido, corazón?- lo miró con asombro- Veo grandes penalidades, veo mares y desiertos, veo a muchas personas.
-Pero y mi madre ¿Qué?.
-Ten paciencia, hermoso. Tu madre está muy enferma, pero el remedio para sus males no tardará en llegar. Sanará.
-¡Sanará!- exclamó aliviado Nono- Genaro, mamá sanará.
-¿No quieres saber nada más?
-No, gracias madame Carlota, debo darme prisa en llegar a casa.
-Pues con Dios, preciosidad.
-Hasta más ver- le contestó el niño agradecido y contento.

Desde el encuentro con el circo y con madame Carlota, las ganas los empujaban y daban fuerzas para seguir su camino. Por fin, una mañana divisaron a lo lejos la torre de la iglesia de su pueblo.
-¡Genaro, estamos en casa!
-¡Hiii hooo!
Sin más se dirigieron a los encinares. Gitana los necesitaba. A medida que se acercaban se toparon con el pastor, con la Seño, con Paquita Ojos de Gato. Todos estaban muy tristes junto a Gitana que había cambiado mucho.
El padre cogió en vilo al niño que le devolvía los abrazos con toda su alma.
- Hijo,- dijo cuando Nono le preguntó por Gitana- no hemos podido hacer nada, mañana vendrá el guarda forestal a marcarla pa la tala.
La que fue una hermosa encina, se había convertido en un árbol seco, el tronco marchito tenía profundas grietas y las ramas ajadas no tenían hojas ni verdor.
-¡No, no vendrá! porque Genaro y yo le traemos el agua de la Fuente del Mundo.
Sin esperar más, se dirigió a los pies de Gitana donde lo esperaban la Seño y Paquita Ojos de Gato. Vertió muy despacio el agua milagrosa sobre la tierra que cubría sus raíces.
-¡Madre, he vuelto a tu lado!- le decía abrazado a su tronco- He traido tu medicina.
Pero Gitana no reaccionaba. No se escuchaba su voz de viento, ni se movían las ramas para acariciarlo.
Con un gran desconsuelo el niño comenzó a llorar. Las lágrimas brotaban como si de una fuente se tratara, el llanto se agolpaba en sus párpados y caía a borbotones sobre la tierra. Surgía el líquido de la fuente inagotable formando una cascada que resbalaba por sus mejillas remojando el tronco reseco al que el niño se abrazaba.
-¡Nono!- exclamó el pastor- ¡Las ramas!
Poco a poco el verdor volvía a la madera vieja. En las ramas se formaban sin parar yemas jóvenes que rompían en hojas y más hojas. Aunque no era primavera, las florecitas amarillentas surgieron como por arte de magia y Gitana recuperó su juventud.
-¡Aaaaaaah!- bostezó el árbol mientras se estiraba con pereza.
-¡Mamá, te has curado!
-Sólo tu agua milagrosa podía salvarme, esa que ha brotado de tu corazón dolorido.
Nono recordó entonces a Casimiro y su poesía.

En el centro, en el fondo está
y sus aguas sutiles caerán
cuando un dolor o alegría
al corazón ese día
conmueva sin compasión.
De dos luceros luminosos
lluvia hechizada saldrá
y curará todo mal.

Después, todos se sentaron a los pies de Gitana para celebrar la alegría. La encina acariciaba con sus ramas bajas la cabeza del niño.
-Cuando salimos de viaje no sabíamos pa dónde tirar, hasta que tropezamos con un perro que se llamaba Trueno...
Mientras, Genaro rebuscaba bellotas entre la hierba.

FIN


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