lunes, 23 de noviembre de 2009

Mira que te quiero


¡Mira que te quiero, hermoso! Que tengas las orejas de soplillo y nariz de termitero a mí no me importa. Y eso que dice Marisa, con esa mala leche que Dios le dio, que con lo feo que tú eres y lo fea que soy yo los niños nos iban a salir de exposición. Mala, mala leche. Pero en el fondo a ella también la quiero y hoy se lo he dicho en la fiesta de la oficina. Te esperaba y no has venido, lo he sabido por ella. -Escríbele, aprovecha ahora que tienes fuerzas, Puri-, me ha dicho . Entonces he olvidado las rencillas y le he dado un abrazo muy sentido, -Marisa, ¿tú sabes que te quiero?-.
Antúnez el de nóminas se ha traído la guitarra, ha cantado sevillanas y rumbas de Bambino y yo me he tirado al ruedo, he agarrado a don Remi por las solapas y lo he llevado hasta el centro del corrillo para bailar esa pared que separa tu vida y la mía. Después lo he besado y le he dicho que para mí es como mi padre, tan serio, tan formal, -que sí, don Remi, igualitos los dos-. He sonreído a todos cuando jaleaban “ole y ole, Purita”,-os quiero mucho a todos, por ésta que es verdad, no sabéis cuánto os quiero-. Después se me ha encogido el corazón y casi lloro, que así de tierna me han puesto las muchas copitas del Luis Felipe de mi jefe que llevo dentro. Don Remi siempre tiene una botella en su despacho para las visitas, pero nunca la saca, nadie quiere coñac añejo en estos tiempos, sólo piden Chivas los muy catetos. Me sirvo otra copita, bebo y se me calientan el esófago y la garganta, me da valor para seguir escribiendo.
Estoy en tu despacho, Marisa lo ha abierto sin que nadie se de cuenta. -Tú tranquila, que yo vigilo- me ha dicho. Así que aquí estoy. Acaricio las teclas de tu teclado donde tantas veces has apoyado los dedos y me da un escalofrío de sólo pensarlo. Delante tengo la foto que te hiciste con la tribu masai en aquel viaje a Kenia, se te ve tan feo, tan larguirucho y descolorido rodeado de hombres negros con lanzas, que me conmueve. En la pared cuelga el título de licenciado en derecho y las dos reproducciones de Zóbel que te regaló la cursi aquella con la que saliste una temporada. Otra foto, esta vez saludando al presidente de la Junta ¡Qué jovencito se te ve! Así eras cuando te conocí, cuando llegaste aquel día de verano en que Marisa estaba de vacaciones y don Remi me encargó tu despacho, -Purita, échele usted una mano hasta que se oriente-. Eras tan tímido y era yo tan tímida que en un mes no llegamos a mirarnos a los ojos, pero yo te quise sin remedio. Sería por tu juventud, o por ese aspecto tan indefenso, no sé, pero cuando al entregarte los papeles rozabas mi mano sentía un no sé qué que me aceleraba las entrañas. Me sirvo otra copita. El Luis Felipe me calienta por dentro y por fuera, abro la ventana para que la brisa de la noche refresque el aire del despacho. Desde aquí se ve el río, pasa un barco de turistas con música pachanguera y luces de colores, y me pregunto dónde estarás.
Nunca habías faltado a la fiesta anual de confraternización, ni siquiera el año que te casaste y eso que no habían pasado más de dos semanas desde la boda, ni cuando nacieron tus hijos o murió tu madre, pobrecilla. Tampoco faltaste cuando la imbécil de tu mujer te dejó por otro y tú parecías un alma en pena. Tenía que ser hoy, que me decido y le birlo al jefe su botella de Luis Felipe, cuando no vienes. No importa, te escribo mi amor por fin, ahora o nunca me ha dicho Marisa, y tiene razón, ahora o nunca, ya está bien. Hace tanto que te quiero que he perdido la cuenta de los años, toda una vida debe ser. Pero hoy me siento fuerte y parece que el tiempo no ha pasado, parece que la juventud se ha enquistado dentro de mi cuerpo y por mucho que la edad no sea la misma hoy me sé todavía capaz de engendrar a tus hijos, esos que tanto he deseado. Será por el coñac, la cabeza me da vueltas. La botella está en las últimas, apuro el último trago y la tiro en la papelera que hay bajo la mesa. Mañana te preguntarás qué hace ahí. Me da la risa al pensar en ti mañana, cuando descubras la botella y mi carta en la bandeja de entrada del email. La risa me ha dado hipo, hacía mucho que no reía con tantas ganas, y es que me veo tan ridícula aquí sentada, soñando contigo, que me doy toda la risa, toda. Antes de que el valor desaparezca voy a pulsar enter, estoy cansada de no vivir. Mejor no imaginarte ahora, no imaginar tu sorpresa y tu indignación, no suponer que no volverás a dirigirme la palabra, o que harás que don Remi me cambie de zona. Prefiero soñar que vendrás a buscarme a mi mesa, tercera en el pasillo de la derecha, junto al despacho del jefe, ya sabes, y me besarás delante de todos. Siento ya, sin sentirlo, tus manos que acarician mi pelo y mi espalda, y esa voz tuya tan sinuosa que me dice al oído cuánto me has amado. Hasta me parece notar los movimientos de nuestro niño en mi barriga inflada, y escuchar su llanto mientras tú te levantas solícito y me dices -amor, ya voy yo-. Si cierro los ojos la brisa que viene del río me parece brisa marina y que estamos los dos
en medio del mar, a saber dónde. En un velero de dos palos, lo menos tiene catorce metros, todo blanco. Reluce con el sol, reluce y es molesta tanta luz. Y es molesto el vaivén de las olas. Me mareo. El estómago quiere salir por mi boca, abro los ojos. No es el mar, es el Luis Felipe. No hay vuelta atrás. Antes de salir corriendo, dando tumbos por el pasillo hacia el baño, pulsaré enter y mañana será otro día.
Siempre, siempre tuya
Puri

4 comentarios:

  1. Qué románticos nos hemos desperado hoy... Muchos nos sentiremos reflejados en tu relato, Pina. Me encanta.

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  2. Julia ¡muchísimas gracias corazón! Todos somos Puri en algún momento me parece a mí. Un beso muy fuerte y a seguir.

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  3. Se nota tu pluma, cuando escribes... somos tú, déjanos seguir disfrutando.

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