TERCERA ESCENA
(Agustina coge a su hija de un brazo
y salen las dos precipitadamente del salón. Las sigue Casiana y
enseguida se la escucha hablar con Clara y Carmelita, fuera y luego
entrando en el salón)
Clara:
Buenas noches, Casiana...
Casiana:
Bienvenida, señora... Carmelita, ¿tú
por aquí?
(entran en el salón)
Clara:
(con gestos sofisticados, cansada)
¡Qué noticia tan tremenda y repentina!...Por fin encontré un
avión... ya te dije cuando me llamaste que no sabía a que hora
podría llegar. Vengo... muerta... De San Sebastián a Bilbao en
coche, luego en avión a Sevilla... y por fin un taxista me ha
traído hasta aquí... Por cierto... págale que no tengo suelto...
(sale Casiana)
Carmelita:
(asombrada) Pero cómo se le ocurre a
esta mujer no decir nada en el pueblo...
Clara:
(dejándose caer sofisticada en un
sillón)(no parece afectada) Ya sabes que es muy suya... La pobre
Luisa tenía el cielo ganado con ella.
Carmelita:
¡Sí, ya sé, pero esto es el colmo!
(entra Casiana que ha oído la
conversación)
Casiana:
No te asustes tanto... que son órdenes
de la señora,... (teatral) Me dijo antes de morir: “Casiana... en
el pueblo ni mú, que si se me acerca don Julián no respondo “...
así que sólo está enterado el médico... y porque doña Luisa,
antes de irse...(señalando al techo), le obligó a prometerle, con
la mano en los evangelios, no abrir el pico...
Carmelita:
(impresionada)Típico de la pobre doña
Luisa... pero no me lo puedo creer... si ayer estaba tan buena
comiendo aceitunas que daba gusto verla... (curiosa) ¿y... cómo
fue?
Clara:
(interrumpiendo) Bueno, bueno...
dejaros de detalles morbosos y dime qué cuarto me has preparado.
Antes de ir a verla me quiero asear un poco, que estoy hecha un
desastre...
Casiana:
La acompaño... Espera aquí,
Carmelita.
(salen Clara y Casiana)
Carmelita:
¡qué extraña muerte... tan
repentina! Ayer estaba tan buenecita..., con su genio de siempre y
(haciendo gestos de que le gustaba comer) su apetito... y hoy,...
¡no somos nada!... (sospechando) Aunque esto es muy raro... ¿será
que la señora habrá...(gesto de cortarse el cuello) ella sola?...
o que la vieja le haya dado un empujoncito... por lo que le pueda
quedar, digo... No... no puede ser... Casiana es fiel como de las de
antes... y la señora... tan religiosa... aunque vete tú a saber
qué ideas le habrá metido en la cabeza el cura de la Puebla...
(entra Casiana)
Casiana:
Ya estoy aquí, Carmelita... (se deja
caer en la mecedora, cansada)
Carmelita:
(acercándose a Casiana con
curiosidad) de piedra me he quedado...
Casiana:
(misteriosa) no te quedes tan de
piedra...
Carmelita:
(curiosa) ¿y eso?
Casiana:
que las cosas nunca son como
parecen...
Carmelita:
Casiana... por Dios,... que me tienes
en un ay...
Casiana:
(quitando importancia) nada mujer...
es la pena... que me hace desvariar.
Carmelita:
Ah, bueno... te has puesto tan...
misteriosa...
Casiana:
(de nuevo misteriosa) es que no es
para menos...
Carmelita:
¿Ha sido... ella misma la que...?
Casiana:
(escandalizada) ¡no, por Dios, pero
qué cosas dices!
Carmelita:
¿entonces... ha sido otro el que...?
Casiana:
¡deja ya de pensar cosas raras! Qué
cabeza más ceniza...
Carmelita:
¡si eres tú!...
Casiana:
(falsamente inocente) ¿yo...?
Carmelita:
Sí... con ese misterio...
Casiana:
(otra vez misteriosa) es que no es
para menos...
Carmelita:
(cansada de bromas) Mira... anda...
(cambiando de tema) Ah, se me olvidaba... al entrar he visto a doña
Encarna con Josefita,... que tampoco sabía nada... que ahora se
acerca. La pobre se ha quedado traspuesta con la noticia...
Casiana:
(espantada, para el público) ¡Otra!
¡ay, mi madre!
(asustada a Carmelita) pero... ¿ No
te digo que la señora no quería...?
Carmelita:
Mujer, yo que sabía... (vuelve a la
curiosidad) además no entiendo yo tanto misterio...
Casiana:
(cortando el tema) de misterio nada...
cada uno se muere como le da la gana.
Carmelita:
(resignada a no saber) Bueno... me
acerco al bar por un caldito y carne mechada... que no habrás
podido hacer nada, y con el hambre que dan estas cosas...
Casiana:
Te lo agradezco, Carmelita... (
imitando a doña Luisa) ¡siempre tan atenta! Es verdad que de hacer
hoy... poco... y (con sorna) algo querrán comer, que en los
velorios...
(suena la esquila)
Casiana:
(santiguándose) las que faltaban...
(Casiana sale a abrir y entran las
tres, Encarna y Josefita vestidas de negro, con un velo en la
cabeza, la madre su abanico, el bolso en el brazo)
Encarna:
¡Qué desgracia! ¡Ay, qué
desgracia!... Pero... ¿cuándo ha sido...?
Casiana:
(teatral)
Esta tarde, doña Encarna... que la
pobre señora, Dios la tenga en su gloria, subió al palomar para
ver a los pajaritos y parece que le dio un aire..., que ya sabe usted
que al refrescar se levantó un viento que tenía loco al pueblo...,
y parece ser que con el aire... ¡paf!...un paralís, y con el
paralís... ¡catapún!... se cayó escaleras abajo.
Carmelita:
(escuchando curiosa) ah...
Encarna:
(lastimosa) Si es que no somos
nadie... como mi pobre Adolfo... así... de pronto... (con aire
ensoñador) y mira que le dije... Adolfo, que el agua no es para
ti... pero por llevarme la contraria... ¡zas! Se lanzó al río y
no salió más... ¡ay!... (volviendo a la realidad)
Josefita:
(lastimosa) ¡Ay!
Encarna:
¿Está avisado don Julián?
Carmelita:
(cotilla) Parece que doña Luisa no
quería que se supiera..., ni siquiera el cura... y digo yo que
alguien tendrá que dar la misa del funeral...
Casiana:
(misteriosa) Tengo orden de llamar a
don Francisco, el de la Puebla, en cuanto amanezca... para que no se
vaya de la lengua...
Encarna:
Ah...
Carmelita:
Ah...
Josefita:
Ah...
Encarna:
(sumisa) ¿Y dejó dicho si podíamos
acompañarla un ratito...?
Casiana:
Eso, un ratito... que ya dentro poco
cierro el portón hasta mañana.
Carmelita:
(a Encarna) ¿vamos entonces?
Encarna:
(a Casiana) ¿vamos entonces?
Josefita:
(al vacío) ¿vamos entonces?
Casiana:
vamos allá
(salen las tres y el salón se queda
solo. Al momento entra Clara que se ha puesto un vestido negro muy
elegante, va fumando sofisticada y se dirige directamente al
mueble sobre el que hay unas botellas y vasos. Se sirve un Whisky
doble)
Clara:
(dirigiéndose al teléfono que está
sobre una cómoda) Todavía no son las doce... no sé si habrá
llegado... (marca un número y espera) (impaciente) no está,...
(bebe lo que queda en el vaso de un trago). (vuelve a marcar,
espera)... nada... (nerviosa) tengo que encontrarlo esta noche...,
no puedo volver si no pago... (se acerca a la botella y se sirve de
nuevo). Esta vez Armando está dispuesto a todo... (pasea nerviosa
por el salón fumando y bebiendo). Tengo que hablar con el conde
esta noche... Él dice que no... pero yo sé que es incapaz de
dejarme en la estacada... es mi última oportunidad... (vuelve a
marcar y espera) nada... (ansiosa)
(entra Casiana)
Casiana:
¿quiere usted comer algo? Carmelita
ha traído del bar un caldito que resucita a un muerto...
(para el público) Ji, ji,...
Clara:
(sin enterarse de nada) Luego...
luego... Tengo que hacer una llamada importante... que con las
prisas...
Casiana:
Me voy entonces...
Clara:
Espera... dime cómo ocurrió la
desgracia. Pobre Luisa...
Casiana:
(teatral)
La alberca... que con el calor le dio
por meterse de golpe... ¡ay!... y parece que engollipó con la
perrunilla de la merienda... Eso ha dicho el médico.
Clara:
¿un corte de digestión?
Casiana:
será...
Clara:
qué raro... con lo cuidadosa que fue
siempre...
Casiana:
(lastimosa) ¡ay!, la vida...
Josefita:
(desde dentro) ¡Ay, la vida!
Encarna:
(desde dentro) ¡calla hija!
Casiana:
Estas dos ya mismo se van, que es hora
de cerrar el portón.
(Casiana sale del salón y deja sola
a Clara)
Clara:
(de nuevo marca un número en el
teléfono. Enciende un cigarro y espera impaciente. Cuelga)
Nada,... (suplicante. Paseando por el
salón) ¡Dios mío, por favor, ésta es la última, te lo juro! No
me dejes así... no permitas que Armando me encuentre... (pensando)
Aunque... no sabe que tengo una hermana..., ni idea de mis
orígenes..., aunque el conde..., no... el conde no se irá de la
lengua...
(suena el teléfono y da un respingo.
Con cara de susto mira a un lado y a otro, como temiendo ser
escuchada)
¡ No puede ser..!. (duda si descolgar
o no. Finalmente descuelga) (con voz fingida) ¿digameeee? (alivio
en su cara y en sus gestos) ¡Por Dios, Gregorio, qué horas de
llamar!... Síiii, soy la señorita Clara... síiiii, he llegado
esta tarde..... síiii.... ¿cómo?... ¡pero qué dices! ¿mi
hermana...? pero si está...
(Casiana llega por detrás
atropellada y le quita el auricular del teléfono)
Casiana:
Gregorio, la señora hoy no puede
hablar contigo... nooo.... síiiii.... puede..... mañana....
noooo... síiii.... Si Dios quiere. (cuelga)
(a Clara, levantando los hombros)
órdenes de la señora. (hace gesto de estar callada)
Clara:
Esta Luisa... ¿cerraste ya el
portón?
Casiana:
Ahora mismo, ya se han ido las
visitas.
Clara:
¿Quién hará el primer turno de
vigilia?
Casiana:
Su prima Herminia y la hermana Olvido.
Ahora van a cenar... y mientras sí mientras no... yo me quedaré de
guardia. Ustedes acuéstense que mañana será un día duro.
Clara:
(apagando el eterno cigarro, mirando
el teléfono con miedo) Sí, mañana será un día duro.
Fin del segundo acto. Intermedio
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